No se dice así
Déjenme decirlo para siempre
No se ama en la marea del bajo
Ya no hay embarcaciones del Caribe, ni caballos atados en canoas
Déjenme decirlo para siempre
No se dice así
No es el hotel del mar lo que se pierde
Es el amor adentro lo que escapa
Hay que explicarlo
Ni los caballeros circulan por un juego
Todo vuelve a su crimen y a sus muertos
Ni es ella la mujer que se ha escapado
De una furia de tierra sin raíces
No se dice así, hay que explicarlo
No es ella, es la casa perdida, el jardín sin amor
“Porque no tenemos casa, ni paciencia, ni olvido”
Es la pared roja que respira sola con el ojo del buey
En la cama sin aire, en la muerte con su candelabro oscuro
No se dice así, nadie circula
Es en el mar de la pasión la amante
En las hogueras de un terror de infierno
Playa tierra del alma de origen en el mundo
Pero no es así, no hay que explicarlo
Circulen caballeros por favor circulen caballeros
Hay muchas cosas para ver todavía
Como Camila O’ Gorman la gran bella imprudente
La rebelión surrealista con sus fondos de amantes
Un paraíso perdido en mi último viaje
Pero ya nadie dice, nadie circula:
“materiales inusitados, criaderos de sonetos,
cabezas cortadas de señores con bigotes de otro siglo,
discursos, festivales de carpinteros y fotógrafos, adioses, toda clase de homenajes”
Nadie lo explica, nadie entiende nada
Nadie invierte en su muerte con el último pájaro que saluda mi cuerpo agonizando
Yo descanso en la noche final, lo saben mis amigos que me vieron morir Mi vida fue ese sueño invertido, mi propio cuerpo iluminado por Dios.
Enrique Molina: La memoria de un sueño invertido Enrique Molina le dijo una vez a mi padre: “Esta es la voz de tu sueño antes de ingresar a la feria, antes de hacer el espectáculo”. La frase se asocia a una escritura que Molina hizo para prologar el libro de poemas de Javier Villafañe Circulen caballeros circulen, editado por Hachette en 1967. Los poetas de esos años tenían la costumbre de reunirse entre grandes amigos. No eran surrealistas en el sentido ortodoxo, pero hacían el surrealismo. Cada uno de los invitados se paraba para hablar y el resto aplaudía respetuosamente. Luego el otro poeta daba su discurso y se lo volvía a aplaudir respetuosamente, y así hasta que todos terminaran de decir sus palabras. En la hermosa casa de Liber Fridman en el barrio de Palermo se reunían muchas veces todos los amigos comunes de Liber y Javier. Era notable la calidad para conversar y expresar cada uno sus ideas. Una vez participé de un encuentro donde estaban Edgar Bayley, Olga Orozco, Enrique Molina, Javier Villafañe, Leopoldo Castilla y otros amigos que no recuerdo bien, todos aplaudían, se paraban, se sentaban. En otra oportunidad, en un restaurant de Capital Federal propiedad de los titiriteros Rufino Martínez y Teresa Grossi, el escritor y actor Guaira Castilla hizo una función de títeres extraordinaria. En un momento un personaje se incendia en el retablo, sale un intenso humo blanco, se instala un silencio general, todos miraban a todos como sorprendidos por la magia. Ese era el estado de inocencia que pedía Edgar Bayley. Algunos pensaron que realmente el retablo se había incendiado. Hubo un miedo colectivo y las risas de siempre de los menos temerosos. Era el ritual de la magia y la creación constante de un nuevo sueño surrealista. Yo que venía de otros convivios de la poesía y las inteligencias, me sorprendió el ritual antiguo, donde cada uno ponía su cuerpo sobre la mesa y le explicaba a todos cuál había sido su último sueño. Todos creían en el sueño del otro.