Diálogo desapasionado con Jüri Talvet, poeta
POR: Albert Lázaro-Tinaut
“Lo único que sí tiene valor es nuestra dedicación a la creación inspirada por nuestro amor a lo que hacemos.”
Jüri Talvet
Han pasado más de cuarenta años desde que el azar quiso que Jüri Talvet y yo iniciáramos un intercambio epistolar que pronto nos hizo comprender que entre nosotros había muchas más afinidades de las que suelen ser habituales en estos encuentros fortuitos, sobre todo cuando dos personas están separadas no solo por una considerable distancia geográfica sino, además, por una –entonces– infranqueable barrera política. Él estaba sometido a los férreos dictámenes que emanaban de los despachos moscovitas del totalitarismo soviético y yo, a la disciplina gris y casi carcelaria del régimen autocrático y represivo de los vencedores de la guerra civil, que dieron al traste con la democracia en España. Era casi un milagro que nuestra correspondencia pudiera mantenerse sin muchos contratiempos, aunque las cartas tardaran a veces más de un mes en recorrer la distancia entre Tartu y Barcelona, y viceversa: la voluntad de ambos hizo el resto.
Esta relación, que se fue fortaleciendo con el tiempo –sobre todo desde que pudimos conocernos personalmente, él pudo viajar a España y yo, más tarde, a Estonia, cuando aquel país recuperó su independencia–, ha condicionado positivamente mis intereses intelectuales y ha permitido que Jüri se acercara más fácilmente a las culturas hispánicas, de las que se ha convertido en el máximo divulgador en su país; es decir, la sólida amistad que se estableció entre nosotros nos ha enriquecido mucho a ambos.
Cuando empezamos a relacionarnos, él era un estudiante de filología inglesa en la Universidad de Tartu, de la cual ha sido durante muchos años catedrático de literatura universal y comparada (hoy es profesor emérito) y en la que, en 1992, fundó los estudios hispánicos en todos sus grados, incluido el doctorado. Su labor incansable, sin embargo, ha ido mucho más allá de sus responsabilidades académicas, lo ha convertido en el más prolífico de los traductores estonios de las literaturas ibéricas: suyas son las versiones al estonio del Lazarillo de Tormes y de obras de Quevedo, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Baltasar Gracián, Vicente Aleixandre, Salvador Espriu, Ramón Gómez de la Serna, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Juan José Arreola, Fayad Jamís, Eliseo Diego, Francisco de Oráa, Roberto Fernández Retamar, Fernando Pessoa, cuentos tradicionales mexicanos y mapuches, y un sinfín de obras de las literaturas española e iberoamericana, catalana, gallega, vasca y portuguesa. Mucho de ello está recogido en el Portal del hispanismo del Instituto Cervantes, en Wikipedia y en muchas otras páginas que se pueden hallar en la red. También es notable su labor como comparatista, conferenciante y ensayista, pero vamos a centrarnos ahora, sobre todo, en su poesía.
“Poeta molestamente independiente”, como lo definió el destacado crítico estonio Janika Kronberg, refiriéndose a la originalidad de su obra en el contexto de la poesía estonia contemporánea, Jüri Talvet ha evolucionado notablemente desde su primer libro de poesía, Äratused (‘Despertares’, de 1981, publicado en la Estonia todavía soviética), hasta los poemas de sus últimas cosechas. Pero dejemos que sea él quien hable de sí mismo y, sobre todo, de su poesía.
Albert Lázaro-Tinaut
(Debe tenerse en cuenta que el siguiente diálogo data del año 2009, y que sobre él pesa el paso del tiempo, de unos años llenos de aconteceres y novedades, como es obvio.)
Un diálogo ante dos vasos de Campari
Albert. – Tu rápido paso por Barcelona nos permite ahora dialogar relajadamente para que quienes no te conozcan sepan algo de tu personalidad y tu obra. Es la primera vez que te entrevisto, y como es muy difícil entrevistar a un buen amigo, prefiero que dialoguemos mientras tomamos unas copas. Llegas de Santiago de Compostela, donde has hablado de Tartu. Cuenta algo de esa ciudad, donde vives, que me fascinó cuando llegué a ella por primavera vez en el verano de 1992.
Jüri. – Efectivamente, vengo de Santiago, donde he intervenido en un seminario internacional sobre las ciudades europeas ante la globalización y en la cultura ultramodernista, o posmodernista, y me tocó hablar sobre Tartu, esa ciudad que se ha convertido en el entorno inmediato de mi vida durante más de cuarenta años. Es una ciudad muy especial, que podría ilustrar ejemplarmente la teoría de mi célebre co-ciudadano, el semiótico Yuri M. Lotman (1922-1993), sobre las sorprendentes “explosiones” culturales en la “periferia”. Es una ciudad pequeña, de poco más de cien mil habitantes, pero de un asombroso potencial cultural e intelectual. Por Tartu ha pasado, históricamente, toda la intelectualidad de Estonia. Es la cuna de nuestra cultura autóctona. La antigua universidad de Tartu (fundada en 1632 por el rey sueco Gustavo Adolfo II y reinaugurada en 1802 por el emperador ruso Alejandro I) ha sido un factor sustancial para el desarrollo de la ciudad, pero por sí misma no llega a explicar toda la magia de ésta. Así, Lydia Koidula, nuestra gran poeta patriótica de la época del “despertar nacional”, nunca estudió en la universidad, pero de hecho creó su mejor obra poética cuando vivió en Tartu (entre 1863 y 1872). Lo mismo puede decirse de Juhan Liiv, nuestro máximo poeta lírico: de origen campesino, murió en la pobreza más absoluta y mentalmente enfermo. Nunca llegó a traspasar el umbral de la universidad, pero también para él los breves períodos que pasó en Tartu, a finales del siglo XIX y principios del XX, fueron los más fértiles de su creación, tanto de poesía como de narrativa breve.
A.– Dinos cómo nació en ti el interés por las literaturas hispánicas, que ha acabado convirtiéndote en un hispanista (o mejor diría, un iberista) ilustre y destacado, y luego hablaremos, sobre todo, de tu poesía.
J.– El “factor de la casualidad” (otro término introducido por Lotman) ha desempeñado siempre un papel importantísimo en mi vida. Cuando después de tres años de servicio militar obligatorio en el ejército rusosoviético fui a Tartu para estudiar filología inglesa en la universidad, no solamente enseñaba en ella Lotman (dirigía la cátedra de literatura rusa, en el mismo piso del pequeño y modesto edificio donde estaba entonces el departamento de inglés). Más que Lotman, sin embargo, me impulsó hacia las literaturas hispánicas Arthur Robert Hone (1915-1972), un británico que nos enseñaba historia de la literatura inglesa. Es elocuente el hecho de que hasta el año 1970 fuera el único extranjero que vivía en Tartu (hasta la década siguiente las autoridades soviéticas no permitieron a los extranjeros ni siquiera pernoctar en la ciudad, de modo que vivíamos casi en condiciones de “bloqueo”…). Aquel hombre, atraído a Estonia ya antes de la segunda guerra mundial por el amor, y más concretamente por una poeta estonia, Aira Kaal, era un británico raro, nada corriente. Licenciado por Cambridge en filología románica, sabía, además del español, el chino, y se interesaba por la filosofía oriental. Era un enamorado de la literatura española y en sus clases no solamente nos hablaba de Shakespeare o de Milton, sino también, de paso, de Lope de Vega y Calderón. Como otros discípulos suyos, yo admiraba mucho a Hone. Fui de los últimos cuya memoria de licenciatura dirigió él, pues me licencié en 1972, cuando aquel hombre excepcional, todavía bastante joven, acababa de fallecer a causa de una enfermedad pulmonar. Era un asceta. Vestía ropas ligeras y sencillas incluso en invierno, cuando en Estonia hace muchísimo frío, y siempre iba en bicicleta. El poeta estonio Hando Runnel tiene un bello poema breve en que alude a él: “iba siempre en bicicleta, ese británico estonio, y en la oscuridad invernal, con su linterna, nos alumbraba el camino…”.
Otra persona excepcional a quien debo muchísimo como hispanista, poeta y traductor es Ain Kaalep (1926-2020). Fue uno de los intelectuales más importantes de Estonia, un poeta notable y uno de los máximos traductores de poesía que hemos tenido. Vivía en Elva, una pequeña localidad a 20 kilómetros de Tartu. Era un hombre de una viveza y una apertura espiritual e intelectual nada corrientes entre los intelectuales de mi país. Fue el principal traductor al estonio de la poesía de García Lorca, César Vallejo y Fernando Pessoa, y de un sinnúmero de otros poetas extranjeros. Lo conocí en persona a finales de la década de 1960, en mi segundo año como estudiante en Tartu, cuando apenas había empezado a ocuparme del español y de las literaturas hispánicas. Kaalep era mi maestro más inmediato en el terreno de la traducción poética, colaboramos en varios libros, traduje con él, por ejemplo, la obra de Salvador Espriu y de Vicente Aleixandre. Nuestra colaboración más reciente fue una nueva edición de la obra traducida al estonio de Pessoa, donde se incluyen todas las traducciones que Kaalep publicó ya en 1973, junto a nuevas versiones hechas por mí y por algunas traductoras más jóvenes.
El tercer factor decisivo en mi formación como hispanista fue mi temprano carteo con españoles. Al principio, con un médico de Asturias, Antonio García-Barbón, que me mandó los primeros libros en español que tuve en mi biblioteca particular: poesías de Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer, Pablo Neruda. Componer una carta, con mi todavía pobre conocimiento del idioma, me ocupaba a veces medio día… Sin embargo, de este modo, redactando cartas e intentando traducir poemas o cuentos del español al estonio, poco a poco aprendía la lengua. Luego, ese azar feliz de recibir tu dirección de una señora danesa (a la que tenemos que estar muy agradecidos ambos), y nuestra amistad subsiguiente, que ha sido un sustento espiritual mutuo y fuente de tantas hermosas colaboraciones, fruto siempre del entusiasmo y la dedicación, de algo sobre lo que la “gente normal” suele preguntarnos: “¿Y por qué lo haces, si no te pagan por eso?”.
A.– Eres un poeta algo tardío, pues publicas tu primer libro de poemas a los 35 años. Ya sé que no te gusta que te adscriban a ninguna generación pero, por edad, te correspondería estar en la de los poetas más destacados de Estonia en nuestros días: Andres Ehin (1940-2011), Jaan Kaplinski (1941), Paul-Eerik Rummo (1942), Ene Mihkelson (1944-2017), Viivi Luik (1946), Juhan Viiding (1948-1995)… De algún modo, has coincidido con ellos en un momento histórico trascendental para tu país: el estalinismo en la infancia, los cambios que se fueron produciendo en la Unión Soviética después de la muerte de Stalin (1953), la perestroika de Gorbachov (un personaje paradójicamente admirado en Occidente y denigrado en las repúblicas del Báltico oriental), la recuperación de la independencia, en 1991, y la evolución de la República de Estonia desde los primeros momentos, difíciles, hasta la actual crisis económica global, pasando por una serie de aventuras políticas no siempre afortunadas y por un espectacular salto económico, unido al rapidísimo desarrollo de las nuevas tecnologías, un salto muy ambicioso y exitoso para los estonios. Dejemos a un lado estos aspectos ajenos a la literatura y centrémonos, como decía, en la poesía: ¿qué crees que os une y os distingue a los poetas de esa teórica generación?
J.– Efectivamente, cuando me estrené como poeta, en 1981, los poetas que mencionas ya se habían establecido en nuestra literatura de posguerra con sus voces individuales. Ehin, Kaplinski, Rummo y Luik ya eran reconocidos en los años sesenta, mientras que Juhan Viiding, que lamentablemente se suicidó en 1995, obtuvo una popularidad espectacular incluso antes de mediados de los setenta, después de publicar varios poemarios de gran éxito. La única con quien me podría comparar, en el sentido del estreno poético, es Ene Mihkelson (pues ella también debutó tarde, en 1978), puesto que a ambos nos han calificado en alguna ocasión de “poetas introversos”. Sin embargo, también Ene Mihkelson mostró luego una fertilidad poética que difícilmente se me podría aplicar a mí. Tardé cinco años en publicar mi segundo libro (más bien criticado que alabado), en 1986, y otros cuatro años hasta dar a conocer mi tercer poemario, en 1990. Publicando tan espaciadamente, ningún poeta puede esperar un reconocimiento rápido y unánime por parte de la crítica que, además, también se somete a la ley del tiempo…
En retrospectiva, mirando atrás desde finales de la primera década del nuevo milenio, por supuesto, estos fenómenos se ven más homogéneos. Para compensar mi inicial “lentitud poética”, he publicado en este nuevo siglo, con intervalos más breves, tres poemarios (2001, 2005, 2008) que han obtenido un reconocimiento mayor que mi obra poética precedente. Sin embargo, para las generaciones más jóvenes, sin duda, todos los nacidos a finales de los años treinta o en los cuarenta somos unos viejecitos de los que ya no esperan mayores sorpresas.
Mi diferencia, con respecto a los demás poetas de esta generación “vieja”, radica también en el hecho de que, después de defender en 1981 mi tesis doctoral, vinculé mi vida con la universidad y la ocupación académica. En esto, he sido una persona más bien solitaria, aunque en la generación más joven sí que hay algunos poetas, como Hasso Krull y Ülar Ploom, que comparten conmigo la (nada fácil) convivencia del poeta con el académico.
En cuanto a nuestras actitudes y evaluaciones sociales, por supuesto, hay mucho en común, pero tampoco faltan matices que nos diferencian. En el sentido estético, ha habido en la poesía estonia una fuerte tradición de escribir en rimas (y eso se ve, sobre todo, en la obra de Hando Runnel, Juhan Viiding y Viivi Luik, y también en la de Rummo). Yo he escrito casi toda mi obra en verso libre, y solo he aplicado, excepcionalmente, en algún que otro poema rimas puras o asonantes.
A.– La crítica estonia, que empezó encontrando en ti a una voz nueva y fresca en el panorama de la nueva poesía nacional, en un momento dado pareció darte la espalda, como has dicho, quizá por lo que afirmó Kronberg, porque eras un poeta “molestamente independiente”. Tú, sin embargo, hiciste caso omiso a esa crítica, como si sus pullas no fueran contigo y, sin desanimarte en absoluto, continuaste publicando. En 1997 conseguías, con “Armastus” (‘El amor’) el prestigioso premio Juhan Liiv, que destaca el mejor poema publicado durante un año en Estonia. Curiosamente, desde entonces te han mantenido en el jurado de ese premio e incluso has prologado un librito que recoge todos los poemas premiados, desde el primero, concedido a Debora Vaarandi en 1965, hasta el que en 2008 obtuvo Eha Lättemäe. Tu prestigio como intelectual ha ido en aumento (y a ello han contribuido, sin duda, tus ensayos, la publicación de algunas de tus obras traducidas al inglés y luego a otras lenguas, tus innovadores estudios sobre la epopeya nacional estonia, el Kalevipoeg, de Fr. R. Kreutzwald y sobre la poesía del propio Juhan Liiv, el primer poeta “moderno” de la literatura estonia, y tal vez tus traducciones más recientes, pues también has vertido al estonio una parte sustancial de los poemas que aparecen en la antología de la poesía norteamericana que preparaste estando en Nueva York, entre 2004 y 2005; y ahora los críticos no solo se han fijado en el conjunto de tu obra, sino que incluso la alaban y recibes, a veces en privado, otras públicamente, bastantes satisfacciones. Sin embargo, tu personalidad no parece haberse modificado ni un ápice: continúas siendo un hombre modesto, enemigo de los fastos, trabajador infatigable, colaborador desinteresado de todos aquellos que necesitan que les eches una mano, respetuoso con tus alumnos, a quienes ayudas generosamente a abrirse camino, y cultivador de ese gran tesoro que es la amistad. Desde este punto de vista, ¿cómo concibes el éxito profesional?
J.– Para mí, una fuente inagotable de sabiduría y el mayor sustento para mis ánimos ha sido la obra de los escritores humanistas del Renacimiento y el Barroco (Petrarca, Erasmo, Thomas More, Montaigne, Cervantes, Quevedo, Gracián y Calderón, sobre todo), que durante tantos años he enseñado en la universidad, dentro de un curso de historia comparada de la literatura occidental. Me he ocupado también de los escritores y filósofos de otras épocas (entre los españoles han sido importantes para mí tanto Unamuno como Ortega y Gasset; si sintetizáramos la filosofía de ambos, nos aproximaríamos mucho a mi propia filosofía). Esta experiencia nos revela un sinnúmero de casos de escritores aplaudidos en vida y olvidados a los pocos años de su muerte, y de otros escasamente reconocidos durante su vida y descubiertos siglos más tarde, y también de siglos enteros sin creación auténtica y original en algunos países grandes (como es el caso de España en el siglo XVIII), y ya no hablemos de los países pequeños… Esto nos demuestra la suma relatividad del valor de los aplausos y de los premios en la historia de la cultura. No hay que tomarlos demasiado en serio. Lo único que sí tiene valor es nuestra dedicación a la creación inspirada por nuestro amor a lo que hacemos. Hay que seguir con esto mientras nos quede vida por delante. De esta manera, además, liquidaremos nuestra deuda por el hermoso sueño de la vida que nos ha tocado experimentar, y puede ser que ayudemos a otros a vivir y continuar este sueño. Creo que la mayor equivocación de nuestra edad posmoderna es la creencia de que precisamente en este momento se ha alcanzado el ápice del conocimiento. No es así. Todo cambia, no hay muros, ni de la ciencia ni de la teoría, que nos protejan para siempre ante el cambio. Por eso creo que adaptarse a la corriente, al mainstream, para obtener premios y aplausos es gastar nuestro tiempo en vano. Lo que digo no significa que no hayan supuesto para mí una gran satisfacción esos pocos premios que me han sido concedidos. Me emocioné mucho cuando me otorgaron el premio anual en Estonia por mi libro de ensayo Teekond Hispaaniasse (‘Un viaje a España’, en 1986); a propósito, y como anécdota: el jurado que me lo concedió estaba encabezado por Lennart Meri, quien luego sería el primer presidente de la República independiente de Estonia. Y mayor fue aún mi sorpresa cuando obtuve el prestigioso premio de poesía Juhan Liiv. Reconozco que este premio, en 1997, me animó a continuar mi creación poética, precisamente en un momento en que, de algún modo, empezaba a sentirme marginado en el mundillo poético estonio.
A.– Cuando me he referido a tu poesía, siempre he hecho hincapié en que la irrupción en tu vida de Marta-Liisa, tu hija menor, nacida en libertad, es decir, después de que Estonia recuperara su independencia, ha supuesto una evolución en tu poética, que se ha hecho más intimista, más próxima. ¿Qué crees que ha influido más en eso, el nacimiento de Marta-Liisa cuando tus dos hijos mayores, Laura y Pent, ya empezaban a independizarse, o la experiencia, la madurez, el hecho de que, como se dice en Estonia, ya has alcanzado “la edad del hombre”?
J.– Creo que se trataba de una confluencia de los dos fenómenos. Marta-Liisa nació en 1998, cuando yo ya había superado el medio siglo de vida. Empecé a concebir el poemario en que ella está presente por primera vez a finales de 1997, cuando pasé una temporada en California, en la Universidad de Stanford, disfrutando de una beca Fulbright. Mi esposa, Margit, me reveló la agradable sorpresa de que estaba embarazada de un nuevo hijo por teléfono, un día que hablé con ella desde la habitación que tenía alquilada en Palo Alto. Aquella noticia me produjo un estremecimiento auténtico, supuso para mí un nuevo despertar vital y poético. Al mismo tiempo, solo a partir de ese nuevo poemario, Kas sul viinamarju ka on? (‘¿También tienes uvas?’, 2001) empecé a ser capaz de diferenciar entre los poemas realmente logrados y otros menos logrados. Para mí, pues, el camino hasta la verdadera madurez poética ha sido largo, e inseparable de mi maduración como hombre.
A.– Pese a tu discreta participación en los actos públicos, tu marginación voluntaria de la activa vida política en Estonia, tu deseo de pasar lo más inadvertido posible en los eventos sociales, últimamente has participado, y con éxito, en varios festivales de poesía. 2008 fue un año pródigo para ti en este sentido: Barcelona, Medellín, Vilenica… ¿Qué te han reportado esas experiencias y cuál ha sido la más agradable? O, si prefieres no hacer comparaciones, ¿qué ha sido lo más positivo que has sacado de cada uno de esos festivales y qué momentos han quedado mejor grabados en tu mente?
J.– Es verdad que el año 2008 fue muy excepcional para mí como poeta. Esa excepción se prolongó incluso hasta principios de 2009, pues en marzo de este año me invitaron a Bruselas, al festival Passa Porta. Tuve el honor de estar, como representante de Estonia, entre los 48 poetas de toda Europa que participaron en la creación de un documento bastante curioso, por no decir extravagante: la Constitución europea en versos. Fue probablemente el mayor festival de literatura que jamás haya tenido lugar en Europa, pues además de la presentación de esa Constitución en versos, el programa incluía un gran número de encuentros con escritores invitados de todas partes del mundo. De modo que para mí, efectivamente, el último año ha significado una ascensión asombrosa de la humilde periferia (mi primera participación en un festival internacional de poesía fue en Druskininkai, Lituania, en 2006) a la gloria del centro-centro.
El festival de Barcelona fue una prueba importante, un excelente “ensayo”, puesto que nunca antes había leído mi poesía ante un público tan numeroso como el que se había congregado en el hermosísimo Palau de la Música. Vista desde la escena iluminada, toda la sala me pareció un cielo nocturno estrellado, tan hermoso como la noche de San Juan (una de las fiestas más celebradas también en Estonia), con sus miles de luciérnagas. Mientras que en el festival de Barcelona estuve rodeado de un reducido pero selecto número de poetas europeos, el festival de Medellín me impresionó por su gran apertura universal (estuvieron en él setenta poetas de cincuenta países de todo mundo) y, a la vez, por la participación masiva del público: en la apertura y la clausura del festival leímos nuestros versos ante cuatro mil oyentes, en un anfiteatro al aire libre, mientras que durante una larga semana nos obligaron a “trabajar” intensamente yendo de un lugar a otro. Leímos nuestros poemas todas las noches ante un público distinto, en más de diez espacios diferentes de Medellín (salas de conciertos, bibliotecas, centros comerciales, etc).
También tuvo un carácter propio y muy interesante el festival de Vilenica, en Eslovenia. Paralelamente a la lectura de su obra por parte de los escritores, tuvo lugar un simposio sobre el papel del autor en la literatura, de modo que en esa ocasión estuve sumergido al mismo tiempo en mis dos elementos. Leí mis poemas y también presenté una ponencia sobre el tema del autor.
En todos esos eventos he podido conocer a personas interesantes, buenos poetas, y he podido ampliar considerablemente mi conocimiento de la poesía viva y coétanea de nuestro presente histórico. Si me preguntas sobre el momento que ha quedado mejor grabado en mi memoria, te diré que fue durante el festival de Medellín, cuando estuve entre los cuatro poetas “elegidos” para ir a Bogotá, donde leímos muestras de nuestra obra en la sala del Parlamento colombiano, un acto que fue retransmitido a todo el país por la televisión de Colombia. Aquel día leí mi extenso poema “Elegía estonia” en tu traducción castellana. Creo que pese al cansancio y al nerviosismo del momento, aquella lectura me salió aceptablemente bien, pero al cabo de media hora se me descompusieron irreparablemente las gafas. Si me hubiera ocurrido eso durante la lectura del poema… ¡Dios tuvo piedad de mí!
A.– Hace tiempo me confesaste que considerabas acabada tu producción poética, que ya habías dicho a través de la poesía todo lo que tenías que decir. La verdad es que, últimamente, te has prodigado más como ensayista que como poeta. ¿Continúas pensando que es así o, a pesar de todo, todavía escribes poesía con intención de publicarla? En tal caso, ¿a qué se debe ese cambio de actitud?
J.– La verdad es que estoy siendo fiel a mi filosofía personal contra toda predestinación o fatalismo, pero de algún modo sí que me parece que con mis últimos tres poemarios he alcanzado lo máximo a lo que podría aspirar en cierto tipo de expresión poética. De ninguna manera excluyo continuar publicando poemas en revistas literarias y periódicos, pero no estoy seguro de si publicaré algún libro más con poemas nuevos. En todo caso quiero evitar el impulso de seguir escribiendo poesía a toda costa. La buena poesía nunca es fruto de un mero esfuerzo intelectual o de la voluntad. Si algo me inspira, o me duele, o me obsesiona más allá de lo efímero o de unas impresiones superficiales, intentaré plasmarlo en poemas. De hecho, he escrito una serie de poemas después de la aparición de mi último poemario. Los que me pidieron para la Constitución europea en versos fueron todos inéditos (y tenían que serlo, ya que era condición indispensable). También he publicado recientemente una serie de poemas breves, de acento más bien humorístico e irónico, bajo el seudónimo (que no oculto) de Jüri Perler. Hasta cierto punto me ha inspirado para ello el ejemplo de Fernando Pessoa, pero no tengo la radicalidad de su intención, sino que simplemente quero que perdure un poco más en el tiempo el apellido original de mi padre (que él cambió por Talvet) y de sus antepasados por línea paterna. Antes de la segunda guerra mundial hubo un proceso de estonización de los nombres, y mi padre cambió su apellido, que era de origen alemán, como el de muchísimos estonios que habían estado sometidos durante siglos a los “señores” germánicos, amos de nuestras tierras. Como mi padre no tenía hermanos varones y su única hermana, ahora fallecida, como él mismo, cambió de apellido al casarse, este Perler, sin mi modesto intento de resucitarlo, se extinguiría del todo.
A.– Siempre has sido un crítico inflexible a la hora de valorar la obra de otros escritores, narradores y poetas. A menudo mostrabas una contundencia casi feroz. Te voy a hacer una pregunta algo comprometida: ¿No crees que has tendido a contemplar la literatura desde un punto de vista excesivamente “técnico” (“filosófico”, en palabras tuyas), que no académico, y que la forma y el fondo te han impedido descubrir otro tipo de mensajes, tal vez también necesarios para un público menos exigente? Claro que eso tiene, como contrapartida, tu generosa capacidad de descubrir el talento en determinados autores, aunque sean unos perfectos desconocidos.
J.– Efectivamente, tengo unos criterios bastante exigentes con respecto a la poesía. La buena poesía nunca ha abundado en el mundo, pese a que la poesía se cultive masivamente en todas partes. Admito que existen públicos y gustos distintos para la poesía, al igual que para la literatura en general. La literatura masiva y la literatura culta no excluyen áreas de contacto o de intersección. Pero pese a ello, creo que es peligroso para un poeta dedicarse a crear poemas para el público masivo, es decir, que en lugar de establecer un diálogo consigo mismo y con el mundo, se adapte al gusto de un público determinado. Por supuesto, existe también la poesía social y de ningún modo niego la necesidad de la sensibilidad social en un poeta. Todo género tiene su núcleo. En la poesía, este núcleo es sobre todo lo íntimo y lo lírico. Si nos apartamos mucho de eso y nos adaptamos a algo que se ubica en el entorno o en la esfera de otro núcleo, de otro género, acabaremos por escribir mala poesía o algo que difícilmente se identificaría con la poesía.
Por otro lado, a mi modo de ver, la buena poesía puede crearse en una gama muy amplia de modos de expresión. Así, en mi antología de la poesía norteamericana incluí a 39 poetas, desde Edgar Allan Poe y Walt Whitman hasta algunos poetas cuya obra alcanza nuestro siglo XXI. Hay una gran variedad de modos de expresión. Están Whitman con su telurismo, T. S. Eliot con su intelectualismo, los poetas beat con su lenguaje fuerte y sus obscenidades, las poetas feministas y muchas modalidades más. Haciendo una antología (un ramo de flores, pues eso es lo que significa antología en griego) yo, como antólogo, no puedo incluir toda la poesía beat ni a todas las poetas feministas (pese a que todos tengan o crean tener su público). Mi tarea como antólogo es seleccionar mi propio ramo de flores, el que me gusta a mí, y, volens nolens, estaré obligado a excluir a una buena parte de los poetas beat o feministas. El mismo principio selectivo se adapta a toda la poesía. Que otros tengan otros ramos de flores, de otros gustos, pues están en su perfecto derecho. En la antología mía caben sobre todo poetas que han sabido crear en sus poemas un movimiento, un estremecimiento interior. Este se logra, sobre todo, con la introducción de diferentes voces mediante el encuentro del “yo” del poeta con el “otro”. Si solamente se escucha la voz del “yo” o, al contrario, si únicamente se ve al “otro” en el poema, dudo sobre el valor de tal poesía… No basta la filosofía en sí misma o la metáfora por sí misma para que surja un buen poema. No obstante, en algún momento feliz la fusión de ambas, su simbiosis, puede crear milagros en el terreno poético.
A.– Como decía, sueles valorar, a veces muy positivamente, la obra de autores jóvenes, todavía poco conocidos, sobre todo de poetas de las generaciones que ahora empiezan a divulgar su obra. Ello me induce a hacerte una pregunta bastante tópica que, seguramente, requiere una respuesta bastante utópica: ¿Cómo ves el futuro de la poesía?
J.– La historia de la creación, y sobre todo de la poesía, nos reduce aquí al epítome, excluye toda rectilineidad. Se producen largos períodos del estancamiento. La sensibilidad “duerme”. Por ejemplo, hasta hace poco no me sentía nada optimista sobre la joven poesía estonia, pero hace poco han emergido nuevos talentos, que me infunden esperanza. De modo que en este terreno opera la ley de la imprevisibilidad.
A.– Tu actividad como comparatista, tus numerosos viajes por casi todos los rincones del mundo, tus frecuentes contactos con poetas de otros países, no sólo hispánicos, ¿a qué conclusiones te hacen llegar con respecto a la situación actual de la poesía en este mundo ya tan globalizado? ¿Crees que algunas culturas “prometen” más que otras?
J.– Mientras que sería imposible pronosticar en qué momento y dónde se produce un “salto” en la poesía o cuándo aparece un nuevo talento, creo que sí es posible, observando la historia poética en retrospectiva, deducir causas del estancamiento. Este se produce sobre todo con las “escuelas”, con los “métodos”, con la adaptación consciente de los poetas a ciertos “modos” o “maneras” de crear. A la obra ingente de Petrarca siguen dos siglos de poesía más bien mediocre, la de los poetas “petrarquistas”. Lo mismo puede decirse con respecto a Góngora y los gongoristas, o a Verlaine y la gran legión de los poetas simbolistas-modernistas. Por eso, cierta “desigualdad” vale más en la poesía que pisar el terreno aparentemente firme de un método o de una escuela. Desgraciadamente, en nuestro mundo globalizado los métodos, por lo general inventados en occidente, se divulgan con rapidez por todo el mundo no solamente en el terreno de los estudios culturales y literarios, sino también en la propia creación poética o literaria. Por eso, si noto en un poeta oriental actitudes copiadas de los centros occidentales, me surgen dudas sobre si es capaz de producir buena poesía. Al mismo tiempo, me parece claro que la fusión de lo “universal” con lo “autóctono” a veces puede producir efectos interesantes, nada despreciables.
A.– Y, ya para acabar: desde tu punto de vista, severo pero atento, ¿cómo ves el panorama de la literatura estonia actual, en general?
J.– Como ya he dicho, con respecto a la poesía, sobre la que tengo una impresión más completa, han emergido recientemente voces interesantes. Pienso sobre todo en Triin Soomets, la poeta que este año ha obtenido, por segunda vez, el premio Juhan Liiv y que acaba de publicar un nuevo poemario. Aún más sorprendente es la poesía de Andrus Kasemaa, un joven que procede, precisamente, de Alatskivi, el pueblo donde pasó su infancia Juhan Liiv, cerca del lago Peipus. Igual que en el caso de Liiv, Kasemaa escribe poemas breves y aparentemente sencillos, pero por ellos corre una filosofía telurista, una oposición radical al mecanismo civilizador que diariamente viola y marchita nuestra sensibilidad, la dimensión humana en nosotros. Cercano a Kasemaa en este sentido tenemos a Indrek Mesikäpp, que no es tan joven y que suele publicar bajo el seudónimo fs. No niego el talento de otros, pero noto en casi en todos que algo de lo auténtico se pierde por su excesiva verbosidad.
De la prosa actual estonia, mi idea es mucho más incompleta, pues no he tenido tiempo para leer y ponerme al tanto de lo mucho que se publica ahora. He leído las novelas de algunos autores más o menos consagrados, entre las que destacaría Ahasveeruse uni (‘El sueño de Ahasverus’, 2001), de Ene Mihkelson que, como ya hemos dicho antes, primero se dio a conocer como poeta. En esta novela, el mito de Ahasverus se identifica muy bien con la tragedia de los guerrilleros estonios (los llamados “hermanos del bosque”, equivalentes más o menos al maquis en España después de la guerra civil) que opusieron resistencia al régimen soviético en 1940 y durante los primeros años de la posguerra. De los que viven en el extranjero –ya no se puede decir en la emigración o en el exilio– el escritor de mayor prestigio es Arved Viirlaid, nacido en 1922[murió en 2015]. Hasta la nueva independencia de Estonia, toda su obra se publicó fuera del país, ya que en la Estonia sometida al poder soviético fue declarado “escritor enemigo del pueblo”. Ahora han aparecido en Estonia algunas obras nuevas de Viirlaid en las que continúa evocando los años trágicos de la segunda guerra mundial, y lo hace con honestidad, a partir de sus experiencias personales y apoyándose en testimonios de sus compañeros y coetáneos. En cierto contraste con Jaan Kross, Viirlaid trata más bien de las “raíces” de la sociedad, en el espíritu del neorrealismo, no impone a la realidad sus propias ideas.
En el trasfondo de los primeros años de la nueva independencia de Estonia se desarrolla la acción de la novela Lastekodu (‘El orfanato’, 2003), de mi buen amigo y colega Rein Veidemann. Resume acertadamente el fin de una época y el comienzo de otra a través de dolorosas convulsiones sociales. Y un reciente descubrimiento, muy agradable para mí, ha sido el libro Sinine missa (‘La misa azul’, 2008) de la escritora Kärt Hellerma (nacida en 1956). Considero que las dos primeras narraciones de este libro merecen estar entre lo mejor que se ha escrito en Estonia en los últimos años. Es una prosa entre el ensayo y la autoconfesión, fluida y viva, inmersa en imágenes líricas y a la vez en matices humorísticos, no solamente cuenta sus relaciones amorosas sino que incluye observaciones críticas bastante atrevidas y muy acertadas sobre la sociedad y la cultura de la Estonia contemporánea, protagonizadas siempre por el macho estonio, engreído y egoísta.
A.– Añade lo que te apetezca decir de lo que no hayamos hablado en este coloquio. Sin falsa modestia y, por supuesto, sin la “hipocresía de la diplomacia” que supondrían agradecimientos y expresiones por el estilo.
J.– El agradecimiento que te debo por esta entrevista, que es sincero y sin reservas, pues me has forzado a “sacar mis entrañas”, obligándome a meditar seriamente sobre mí mismo, mi creación y nuestra cultura estonia. Esto no se me ofrece todos los días. Es verdad que nadie es profeta en su tierra. Nadie me ha entrevistado con tanta profundidad ni tan extensamente en Estonia. Una entrevista larga (perdona, un diálogo desapasionado, como tú lo llamas), parecida a ésta, se publicó hace ya bastantes años en el Estonian Literary Magazine, pero no me la hizo un estonio, sino mi amigo el poeta estadounidense H. L. Hix.
* * *
Este es, y así es, a grandes rasgos (es decir, hasta donde permiten los límites de la cortesía hacia el lector, de los cuales sin duda nos hemos excedido) Jüri Talvet, y esta es la prueba evidente de que la amistad verdadera puede superar obstáculos, distancias y fronteras. He estado por suprimir la última pregunta con su correspondiente respuesta, pero como sé que no es “cortesía obligada”, sino honesta sinceridad, me quedo para mi egoteca (y los lectores me lo perdonarán) con esa flor que me dedica en su antología humana.
Jüri y yo pertenecemos (¡y a mucha honra!) a dos extremos de la periferia europea. Él escribe, sobre todo, en estonio, y yo lo hago, sobre todo, en catalán. Jüri es un “experto en periferias”, y ha tratado este tema en numerosos artículos y ensayos. Pese a que el mundo se someta cada vez más a una pretendida lengua común, a una lingua franca, el inglés simplificado que nos permite entendernos vayamos donde vayamos, ambos somos conscientes de la importancia de mantener viva la diversidad de la periferia, sin imponerla, sin la absurda pretensión de hacerla pasar por encima de las grandes culturas imperantes, pero sí contribuyendo a que esté presente en el mayor número posible de ámbitos. Y, desde luego, en el de la literatura.
Albert Lázaro-Tinaut
Mayo de 2009
Sobre el autor:
Albert Lázaro-Tinaut
Nació en Barcelona en 1947. Estudió lengua y literatura italianas en la Universidad de Génova, donde se diplomó también en traducción. Ha trabajado durante más de treinta y cinco años como editor de libros en castellano y catalán, tarea que ha compaginado con la de traducción literaria del y al italiano, del francés, y del castellano al catalán y viceversa. También ha co-traducido obras de narrativa y poesía del estonio, y poemas del lituano, el letón y el húngaro. Interesado por la bibliografía y por las culturas de la Europa central y oriental, en particular las finoúgrias, ha publicado artículos y trabajos de investigación en obras colectivas, prensa, revistas genéricas y especializadas, y en blogs. Viajero impenitente y aficionado a la fotografía, ha recorrido la mayor parte de los países europeos y algunos de América del Sur y el norte de África. Ha sido, además, muy activo en las interrelaciones con las culturas que le interesan.