Lila Brik, Maiakovski, Osip Brik y el amor poético

Dibujo: Marco Leal

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Lila Brik, en apariencia, era más importante que Maiakovski

pero sucedía apenas que cada cual ocupaba su lugar

en la región dispar de la existencia.

 

Maiakovski salía en más de una noche de El Refugio de los Comediantes, del brazo de la hermosa Lila Brik,

y en una ocasión, volvió a su mesa a recoger la carterita

que ella había olvidado.

Una acechanza lo sorprendió cuando,

desde una mesa contigua, la poeta Larisa Reisner,

el pájaro rojo de la revolución bolchevique, lo apuró:

“Pasarás tu vida yendo por esa carterita”, lo incomodó.

“Larisa, llevaré esta carterita hasta con los dientes”.

Y como poeta agregó:

“Te revelaré algo: en el amor no hay ofensas”.

 

Maiakovski hablaba como Demostótenes,

piedras en su boca tamizada por dientes amarillos, patibularios, quebrados por la sed de los caminos

que dejaban ver una caverna insondable,

esa que llevan en su alma a los poetas que estuvieron presos

a los siete o a los quince años;

la mazmorra, después de todo, es un lugar donde emerge la filosofía.

Era hijo de la orfandad y de las carencias.

Fue Lila Brik quien le hizo conocer a un dentista,

y logró que sus dientes no abrumaran a quienes le hurgaban la poesía,

hizo de su melena arremolinada un lugar de ciega

y lo vistió sin sus ropas de espíritu carcelario.

El poeta acabó yendo a vivir con ella y Osip Brik, su marido.

 

Así se convirtieron en una pareja de tres incomodando a la creación. Maiakovski difundía su poética y se hacía cargo de los gastos,

luego dormía con Lila en un huracán

que siempre terminaba con un amanecer apaciguado por las metáforas

de las que disponía el silencio.

Osip Brick bebía e intercambiaba impresiones del polvo,

su convivencia con Maiakovski era su lugar de confesiones mutuas. Luego hacía conocer la obra del poeta de la revolución

y fue transformándose hasta llegar

al formalismo ruso sin que alcanzara percibir que en dos camas

podría dirimirse el destino del mundo;

alguien dijo que por la mañana

aquellas camas se abrían como la hojarasca

dispersa de un libro alucinante.

Maiakovski estuvo en esos salones literarios insospechados

de la calle Zhukosvkaya 7, desde 1922 a 1929

cuando estallaba Nueva York.

Viktor Shklovski diría más allá de las incidencias

de El Refugio de los Caminantes,

“Maiakovski irrumpió en la poesía rusa

como un rompehielos destronando témpanos”.

Nunca nadie imaginó hacer de una mujer como Lila,

y una cama, un monumento;

el secreto de ese estricto valor se mantuvo hasta la fecha

cuando se conoció este poema.

Barracas, 3 de abril de 2021.

Sobre el autor:

Alejandro C. Tarruella

Buenos Aires, -1948. Es postgrado en periodismo de la Universidad de Santiago de Chile y cursó la maestría en periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado libros de investigación periodística y poesía.