Los materializados

Fotografìa Samuel Leal

En el año 2027 se puso fin a los conceptos “vida del más allá” o “vida después de la muerte” y otros similares que se referían a ese estado de la materia, desconocido durante tantos siglos para la humanidad que ocurría cuando los signos vitales desaparecían.

Este quiebre se produjo porque se permitió que se rompieran los límites entre los vivos y los muertos y que unos y otros pudiesen compartir los espacios y territorios que antes estaban vedados. Dicho así suena un poco inverosímil y simple, pero la historia se encargó de hacer lo suyo y torcer lo que parecía recto.

No fue una tarea fácil y todo lo que vino a continuación hizo añorar una época de misterios y finitud.

¿Cómo llegamos a eso? Fue un camino largo. Durante milenios, todas las sociedades; desde las primeras bandas cazadoras hasta las contemporáneas y complejas sociedades del conocimiento; cultivaron historias acerca de aparecidos, fantasmas, espíritus o como se les quiera llamar. El misterio y la divinidad gobernaban aquellos relatos. Más adelante se consideró que estas leyendas eran propias de gente sin cultura, de comunidades agrícolas precarias y más tarde se les consideró parte del equipaje cultural de los pobres de las ciudades que aún mantenían sus atávicas tradiciones, pero a partir del año 2024 estas historias de aparecidos comenzaron a golpear las puertas de nuestras ciudades globalizadas.

En Bonn, Kurt Niecklichs fue llevado a un tribunal por conductas impropias, al ser consultado acerca de sus edad, domicilio y datos afines; largó una retahíla de amenazas y datos incoherentes; que solo fueron entendidos por el juez. Un hombre que cultivaba en sus horas de ocio las viejas tradiciones sobre las cacerías de brujas en la baja Rhenania del siglo XIV. En Japón, Mitsuiro Takauji fue detenido por provocar un accidente gigantesco de tránsito en Osaka. Sus vocablos lo delataron como un antiguo shogun. Fue difícil hacerlo entrar en razón. Finalmente se recurrió al escuadrón táctico de la policía antimotines nipona. En Buenos Aires un señor peinado a lo antiguo y que le faltaban las manos, entró en un set de televisión, justo cuando una mujer ligera de ropas interpretaba “No llores por mí, Argentina” acusó a la interprete semidesnuda de ser una bataclana sin estilo. Les gritó a todos los que se le pusieron por delante. Hubo golpes, contusos y heridos. Su identidad no fue revelada, por miedo a provocar una reacción popular y así en todas las grandes ciudades del mundo y también en las pequeñas y apartadas localidades dispersas en las tierras altas, o en las cercanas a los desiertos, fueron surgiendo encuentros de este tipo. Fue una legión de “aparecidos” que comenzaron a recorrer las calles. Los diarios publicaban día tras día estas historias hasta que dejaron de ser noticia.

Cuando se anunció el acuerdo entre la “vida de más allá” y el lado de acá fue un alivio que muchos celebraron, hubo manifestaciones en las calles, marchas de apoyo, abrazos entre unos y otros; pero yo pensé; y se lo dije a Gustavo con quien estaba en ese momento en el “Gardel” de la Plaza Bogotá, momento en que el anuncio se hizo oficial a través de la televisión; yo le dije – Gustavo, esto solo es el comienzo del fin- no sé si Gustavo lo entendió, ni siquiera sé si me escuchó, pero fue lo que siempre pensé. Gustavo siguió masticando su marraqueta con pernil y creo que no valoró el peso de mis declaraciones.

A partir de ese momento fueron muchos más los “aparecidos” que comenzaron a caminar por las calles. En un comienzo era fácil distinguirlos porque en general llevaban ropa de otra época y no entendían nada acerca de tecnología, se quedaban mirando a los jóvenes y a veces se ruborizaban frente a algunas palabras soeces o algún comportamiento moderno, por ejemplo que la gente se tomara fotografías. Los aparecidos que lograban pasar a este lado era gente que ya llevaba a lo menos setenta y siete años de finado. Fue una condición que logró imponer el Consejo de las Iglesias, ya se sabe la afición que tiene por el número siete ese tipo de gente. Esta medida pretendía salvaguardar los equilibrios políticos y jurídicos Los poderosos no querían de vuelta a líderes recientemente asesinados en confusos incidentes, ni tampoco querían traer de vuelta a los millones de víctimas de la pandemia. Pensaban que podrían ser un peligro para la estabilidad, pero eso no lo decían.  

Esta distancia en el tiempo hacía que los “aparecidos” se pudieran distinguir al primer golpe de vista. De pronto en las calles se vieron más sombreros y vestidos largos.  Gente paseando maravillándose frente a las vitrinas o a los puestos de comida rápida.

Se pensó; ingenuamente; que solo se trataría de eso: paseos por el día, quizás un fin de semana, pero estas estancias se fueron prolongando.  Mucha gente; de la que aún no había muerto; se sentía intimidada y los trataba con desprecio. Se acusó a los vivos de ejercer una fuerte discriminación. Yo vi, nadie me lo contó, yo vi un bar en el centro de Santiago que lucía un cartel: “Solo vivos”; si eso no es discriminación, entonces qué puede serlo. Después de muchos dimes y diretes las autoridades establecieron que ya no podría hablarse de vivos o muertos, o vivos y aparecidos, fantasmas o zombies como le llamaban algunos; todas las palabras que adujeran al estado vital de una persona fueron consideradas signos intolerables de discriminación. Ahora solo se podría ocupar el concepto “materializado” para referirse a alguien venido del más allá.

Así fue que lo que tenía que ser una mejora, empeoró la situación. Los materializados dejaron de hacer breves visitas; que fue como se pensó en un comienzo que sería; los materializados extendieron sus permanencias. No se vio en eso nada malo.  Algunos de ellos no causaron problemas, les costó poco adaptarse a los nuevos tiempos, los problemas surgieron cuando algunos materializados comenzaron a ocupar puestos de trabajo. Nadie estaba preparado para eso. ¿Cómo se les debía pagar?, ¿Sus títulos eran válidos? ¿Su experiencia podría ser comprobada? ¿Debían partir de cero? Evidentemente había un vacío legal. A mi oficina llegaron cuatro materializados el año pasado. Uno a “Atención al cliente”; otro a “Despacho a regiones” y los otros dos a “Contabilidad”.  No hablé mucho con ellos, se veían igual a los demás. No lo voy a negar, pero tenían un tono de superioridad que les gustaba mostrar, como diciendo: ─yo vi a la muerte y estoy de vuelta─. Patrañas. Trataron de parecerse a los demás, pero siempre había un gesto que los delataba. Su época primera los marcaba a fuego. En el baño alguien rayó “a la calle con los putos muertos”, fue un error. Los materializados reclamaron. Se hizo una investigación y el único que terminó en la calle fue el bueno de Gustavo. Me confesó llorando que nunca pensó en las consecuencias de sus actos y que estaba harto de la superioridad de los materializados. No lo dijo así, pero esa fue la idea.

Después supe que en el directorio de la empresa había un fuerte núcleo de materializados encubiertos. Gustavo no mostró arrepentimiento.

Sí, todo eso trastornó nuestras vidas; y debería decir “y también sus muertes”; no estábamos preparados para lo que vendría. Hubo materializados que quisieron terminar la obra que habían dejado inconclusa, en algunos casos fue un aporte, pero en otros solo significó más dolor. En Curicó durante dos meses la ciudad vivió alterada por los crímenes horrendos que hicieron recordar una secuencia similar vivida en la década del treinta del siglo XX. Revisando los archivos de ingreso y tránsito de materializados, se descubrió que un tal Francisco Angel Custodio Monardes Monardes había ingresado a este lado de la vida con documentación alterada. Al descubrir esta falencia en los controles no fue difícil dar con él, continuaba con sus antiguo modus operandi y vivía en la misma zona de su vida anterior.  Reaccionó de la misma forma como lo había hecho cien años atrás. La policía estaba preparada. El operativo de su captura se transmitió en vivo. Yo lo vi cuando viajaba en el metro. No hubo comentarios, nadie quería herir susceptibilidades.

 En poco tiempo los materializados ganaron terreno. Hubo barrios completos donde los materializados se establecieron, algunos prefirieron agruparse por las épocas en que habían vivido. Entre Recoleta y El Salto, por Rawson, se juntó gente mayoritariamente de fines del siglo XIX. En su mayoría balmacedistas caídos en la batalla de Placilla junto a sus mujeres y sus numerosas proles. Hacia la Gran Avenida cerca de El Llano, se reunieron los provenientes de las primeras décadas del siglo XX. Gran parte de ellos tipógrafos y grabadores. En pocas semanas circulaban por el barrio cuartillas impresas exigiendo sus derechos.  Los materializados revivieron consigo algunas de sus antiguas comidas y bebidas, después de un tiempo no era raro encontrar mistelas y jarabes de frutas. Lo mismo sucedió con la ropa, de pronto volvió un gusto por lo antiguo, el trabajo a mano ganó adeptos. A los meses surgieron pequeños mercados donde ellos coincidían. La menor parte de los materializados optaron por integrarse al mundo contemporáneo. Iban a los gimnasios o se compraban aparatos de última tecnología que no sabían utilizar. También hubo vivos que prefirieron pasarse al bando de los materializados. El amor arrastró a unos y otros.  

Hubo grupos de apoyo que les ayudaban a los materializados a blanquear sus papeles. Se formó el Frente de Materializados por el Nuevo Orden, que no era más una mascarada nacionalista resucitada. También surgió el Movimiento de Materializados por la Vida, y el Movimiento de Materializados y Vivos Autónomo. Algunos viejos líderes volvieron al poder después de décadas, otros prefirieron llevar una vida más simple alejada del ruido y de las luces.

Gustavo sufrió por un tiempo, pero después la vida le sonrió, aunque debiera decir que fue la muerte la que le sonrió. Por fin encontró al amor de su vida, una chica que había muerto en el año 1919, como consecuencia de la gripe española y que había vivido su infancia en el mismo lugar que ahora ocupaba el edificio donde Gustavo tenía su departamento.  Fue amor a primera vista.

Gustavo la vio rondando por la calle durante algunos días. La vio desde su tercer piso mientras fumaba. La muchacha aparecía a cualquier hora, daba vueltas a la manzana, se quedaba en la esquina. Se veía desde lejos que era tímida. Gustavo la observó por varios días y poco a poco se hizo de valor para hablarle. Dudaba, se reprimía. Gustavo estaba acostumbrado a conversar con chicas que cobraban su tiempo.  Un día no aguantó más, bajó hasta la calle y se atrevió a saludarla y a conversar con ella. La invitó a un café y a unas tostadas con mermelada. Ahí ella le contó de la vieja casona, y el parquet francés, sus doce hermanos, su institutriz alemana y sus mañanas cepillándose el pelo.  Después procedieron rápido. No había tiempo que perder. Griselda; que así se llamaba la novia, le impuso urgencia a los pasos de Gustavo. Sabía que la vida era breve.

Compartí con ellos durante un tiempo. Los invité a mi casa. Fui con ellos a la costa. Griselda era una chica frágil, y aunque se veía repuesta, su fragilidad era algo que la acompaña siempre. Con ella no discutíamos acerca de política. Creo que ella no era partidaria de ninguno de esos frentes y/o movimientos de materializados. Gustavo estaba transformado, dejó de beber en exceso, dejó de ir con putas, dejó de pelear en la calle y dejó de luchar contra los materializados, en definitiva era otro. Lo que en cierta forma es una forma de ver la muerte. Gustavo era otro. Por supuesto nunca le contó a Griselda lo que había rayado en ese baño y yo nunca lo mencioné.

A veces la vida, y también la muerte, se hacen más fácil con cuotas de silencio.

Griselda era de una familia adinerada, así que no le costó buscar entre sus descendientes vivos que mantenían las empresas familiares, un buen trabajo para Gustavo. Son las vueltas de la vida, en este caso las vueltas de la muerte.

Sobre el autor:

Juan Ignacio Colil

Juan Ignacio Colil Abricot. Chile, 1966. Ha publicado los libros de cuentos: “8cho relatos” (EDEBÉ, 2003), “Al compás de la rueda”(Das Kapital, 2010) y las novelas “Lou” (Magoeditores, 2007), “Tsunami” (Das Kapital, 2014), “El reparto del olvido” (Lom, 2017), “Los muertos siempre pueden esperar” (Raíz de dos, 2017, Argentina), “Un abismo sin música ni luz” (JPM Ediciones, España 2017 y Lom Ediciones, Chile, 2019), además publicó las novelas infantiles “Bajo el Canelo” (Edebe 2012) y “Zumbidos y estrellas” (Das Kapital, 2015).Algunos de sus cuentos han sido incluidos en antologías y ha obtenido varios premios de novela y cuento en Chile, España y Argentina.