Lo haces como siempre
en los sueños.
Sin parpadear. Sin respirar
no te preguntas cómo retroceder.
Las niñas en los sueños parecen
no tener pulso.
De pronto:
taquicardia
y entonces el ruido del quebrarse en los vidrios
tus huesos son las paredes, algo tuyo de ellas
se desprende.
Tus muslos son blancos y también
son de barro.
Muerdes esta ciudad y es tu cuerpo
el que cruje
Ladridos a lo lejos te hacen voltear
la cabeza. Eres una niña en la puerta
a la espera de su padre. ¡NO!
Esa eres tú
Intentas mover los ojos y se abre
una ventana.
La humedad trae sus cucarachas
y sus miedos.
Mojas tus labios
y sube la marea.
Te ahogas en los gritos de la jauría.
No quieres que la bruma se lleve
a la camada
Manejas un auto en línea recta.
Buscas el motivo del viaje.
No pude haber venido hasta
aquí por nada, repites
Hallas al grito en su frontera.
No otra vez el mismo
sueño. No, por favor.
Estás en el mismo lugar de siempre.
En la fragmentación de esta ciudad
tu cuerpo inerte se suspende.
Crees despertar.
Creer soñar el incendio total
de nuestras avenidas
Desciendes de la máquina.
La ciudad se esconde de sí misma
enroscándose a su núcleo.
Observas la mancha de sangre diluyéndose
bajo tus pies.
En esa imagen te abandonas:
en el rojo profundo de mi arquitectura defensiva
y sus acueductos que vigilan el movimiento de tus aguas