Criáronme los mayores en territorio de guerra.
A mi llegada, este campo
ya ardía.
Quisieron mi vida acostumbrada
a reconocerse en la batalla de la llama
a danzar en territorio abyecto
habitar la herida herencia de los siglos
Arrastrada fui, al límite del lenguaje
impusiéronme la preñez designio del gran Padre ausente
para así nombrar a mis hijos Bastardía.
Sentenciáronme al olvido
al olvido del olvido
Con la espada partieron la fruta.
Incendiaron los huertos, arrebatarnos querían
la dulzura de germinar
en brotes
Ignoraban ellos la memoria de los árboles
la resiliencia del tallo, que revive en luz y savia
para traernos la buena nueva
de lo vivo
Para la bala del cazador es inaudible
el canto del helecho
la danza de la hoja ante el nacimiento del día nuevo
Habitáronme, entonces,
las voces de mis alas y sus trayectos.
Algo de mí vuela en cada loica
el río desemboca, también,
en mi pecho
La memoria sobrevivió a la ceniza.
El calor de los pastizales no pudo
extirparnos del aullido, la ternura
Heme aquí
cuerpo y palabra suspendida en un coihue
que sobrevivió al fuego en avance
y a la noche larga
Su exhalación me sostiene.
Su tronco, erguido al sol
se eleva ante el sutil encanto de la luz.
El tacto borra la ilusoria distinción
de nuestros tiempos.
Sus grietas besan mis heridas.
Es el mismo nuestro camino
a la vertiente
Nos hemos de encontrar
en la desembocadura.
Esto es viaje, tránsito
vuelo en lo azul.
Es también un llamamiento
que la rama no olvide la raíz
que la raíz no olvide la rama
Permanezco en nuestras aguas
en tu transparencia me quedo
La voz del río adentro
me hallará en el cauce.
Gota a gota mi pecho se convertirá en raudal
fuente de cristalinas revelaciones.