Mi madre aseguraba que una taza de ruibarbo podía
curarlo todo, hasta los males del amor.
Mi padre pensaba que un poco de dinero era mejor que el
ruibarbo y el amor (además, podía comprar mucho
más que eso).
Cuando yo tenía fiebre o estaba triste ella me daba
ruibarbo. Mi padre me dejaba algunas monedas.
Cuando ella murió él se metió en su cuarto, apagó la luz
y sentí que lloraba bajito. Jamás lo había visto hacer esas
cosas y el aire empezó a faltarme. Toqué la puerta y
cuando me abrió dejé en su mano una moneda.
(1995)