Especial - Estonia
Kristian Jaak Peterson
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En diferentes ocasiones, Arne Merilai (actual catedrático de la literatura estonia en la Universidad de Tartu, y escritor) ha descrito al prematuramente fallecido Kristian Jaak Peterson como “genio” e “icono” de la literatura estonia. No le ha faltado razón. Por mi parte he comparado la obra de Peterson en nuestra “oscura periferia” europea a orillas del Mar Báltico, creada para una nación de apenas de un millón de almas, con lo que logró Dante Alighieri para la cultura occidental mediante su creación literario-filosófica, en Italia, medio milenio antes.
Los dos fueron entre los máximos creadores europeos y occidentales, poetas-filósofos y filólogos a la vez, profundamente conscientes de su papel de pioneros: confiaban en su lengua natal y en su esfuerzo de elevar esta lengua (en su vida, generalmente considerado inadecuada, primitiva e inferior) a un nivel superior de perfección, para que en el futuro pudiera sustentar y nutrir la cultura verbal autóctona, y mediante ésta, la individualidad de toda una sociedad.
La obra de Dante Alighieri (1265-1321) fue reconocida en Italia durante su vida. Durante los siglos renacentistas (XV y XVI) en Italia llegó a la consciencia cultural de toda Europa. A partir de la conceptualización por Goethe y los románticos alemanes de la noción de “literatura mundial” (Weltliteratur), Dante ha ocupado una posición firme y sólida en el canon occidental.
En cambio, la escasa obra literaria (limitada a un breve ciclo de odas y églogas, junto con un diario de fragmentos de pensamiento) de K. J. Peterson, se publicó por primera vez un siglo después de su muerte, en 1922 (ed. Aino Paltser, Tartu: Eesti Kirjanduse Seltsi Koolikirjanduse toimkond) ….
Mientras que la cultura verbal italiana tenía su firme base en el latín y en la cultura antigua greco-romana, la situación en Estonia, una de las pocas nacionalidades no-indoeuropeas de Europa (con los fineses, los húngaros y varias minorías étnicas en el territorio de Rusia) era bien diferente. La lengua de la población autóctona estonia pertenece a la familia finougria (ugrofinesa), con un sistema morfológico que dista radicalmente del latín. Se cree que la “casa primigenia” de esta familia de los pueblos y las lenguas se situaba cerca de los montes Urales, en la zona fronteriza entre Europa y Asia. Es cierto que para el oído de un hispanohablante tanto el húngaro como el estonio o el finés sonarían al igual que “griego” o “chino”, es decir, como cualquier lengua incomprensible.
De hecho, entre Dante y Peterson hay una inmensa diferencia en el sentido histórico-social y cultural. Dante Alighieri fue hijo de un político florentino, perteneciente a la alta sociedad urbana. Provino de una ciudad-estado que la posteridad suele identificarse como la “cuna renacentista” de Europa. La breve vida de Peterson, en cambio, coincidió con la abolición de la servidumbre de la gleba en la Rusia zarista. Desde el siglo XIII la absoluta mayoría de los autóctonos estonios (igual que sus vecinos letones) habían sido sometidos por las naciones económica y militarmente mayores y más potentes (alemanes, escandinavos, rusos) a la humillante condición de siervos de la gleba.
Cuando la Rusia zarista derrotó a Suecia en la Gran Guerra del Norte, en 1721, Estonia (igual que Letonia) pasó a ser parte del imperio zarista, pero al mismo tiempo la servidumbre de la gleba, establecida por los alemanes ya en el siglo XIII perduró durante casi un siglo más, siempre bajo el poder de los poderosos terratenientes (hacenderos) báltico-alemanes.
Por un milagro y para la gran suerte de la cultura estonia, el padre de K. J. Peterson, un campesino autóctono-estonio de la región de Viljandi (Karula), logró escaparse de la condición del siervo de la gleba. Fue de joven a Riga (la mayor ciudad capital báltica, de Letonia) donde se hizo campanero y cantante de coro de la congregación sueco-estonia. La madre de K. J. Peterson era rusohablante. Se sabe que el superintendente de Livonia, el báltico-alemán Karl Gottlob Sonntag, era protector del joven talentoso K. J. Peterson. Después de la escuela básica y el bachillerato (1815-1818) en Riga, éste pudo ingresar en la Universidad de Tartu, en Estonia, donde asistió primero a los cursos de la facultad de teología, y luego, de filosofía (1819-1820). Se sabe que tenía idea de continuar sus estudios en Leipzig, pero no llegó a esto, por la fatal enfermedad pulmonar.
Aunque también Dante Alighieri se interesara intensamente por lenguas extranjeras, parece seguro que en este campo nuestro joven K. J. Peterson superó al genio italiano: aparte del estonio (la lengua en que creó la mayor parte de su poesía y cuya morfología investigaba, publicando artículos en alemán en una revista filológica), Peterson dominaba (y hasta enseñaba) el griego, además de conocer el latín, el alemán, el ruso, el hebreo, el sueco, el finés y el francés.
Se interesaba intensamente por la filosofía y la mitología, sobre todo por la mitología finesa y escandinava. Uno de sus trabajos mayores que inició, pero que quedó inacabado, fue su traducción del sueco al alemán de Mythologia fennica (Mitología finesa), del finlandés Christfried Ganander. Peterson entendía tempranamente que el mundo comprendía una pluralidad de las culturas, compartiendo (intuitiva o conscientemente) las ideas sobre la relatividad cultural de Johann Gottfried Herder, el gran pensador alemán, precursor inmediato y amigo de Goethe, quien, también de joven, también poeta y también en Riga, escribió algunos importantísimos ensayos (así, Kritische Wälder, 1769), como el fundamento del ideario que sostenía la igualdad entre todas las culturas, tanto de los grandes pueblos como pequeños, y acentuaba el papel primordial de la poesía en la cultura mundial.
Los fragmentos de pensamiento que dejó a la posterioridad Peterson revelan su inclinación al panteísmo. En su obra, Dios quedaba sin identificación: aparece como un símbolo de un Ser o Creador superior de todo lo existente. En un fragmento suyo (escrito en 1818, siempre en Riga) Peterson reproduce la observación de su hermana, de pequeña: “Si los humanos tienen su cielo, entonces también animales, como seres vivientes, deberían tener su cielo, pues también tienen alma.” (K. J. Peterson, 1922, p. 79)
Pese a su modesto volumen, la obra poética de Peterson es un majestuoso punto de partida para nuestra cultura estonia y la creatividad consciente autóctona. Fue totalmente desconocido como poeta durante su vida, y de este modo, no dejó “influencias” inmediatas. En cambio, si intentemos trazar en retrospectiva la historia del verso occidental, no sería exageración considerar a nuestro Peterson entre los pioneros de la renovación de la poesía europea y occidental, que se produjo a partir del romanticismo.
La fe de Peterson en la lengua estonia como una lengua literaria, capaz de elevarse hasta las alturas de las culturas mayores occidentales, quedaba manifiesta sobre todo en su poema “Kuu” (La luna). Se ha hecho icónico. Sus odas profético-filosóficas y églogas pastorales, sin duda, fueron influidas por la poética clásica greco-romana, en el sentido de no aplicar rimas finales.
La ausencia de rimas finales de los poemas de Peterson tenía un precedente en las búsquedas de Goethe, apenas treinta años antes. En 1789, Goethe publicó algunos poemas (así, “Ganymedes”, “Gesang der Geister über den Wasser”) en los que recurría al verso corto (de entre cinco y nueve sílabas), sin rimas finales. Lo mismo se ve en la oda “La luna”, de Peterson. Para un lector de nuestros días estos poemas, tanto de Goethe como de Peterson, darían la impresión del verso libre. El máximo introductor del verso libre occidental fue el gran norteamericano Walt Whitman, a partir de mediados del siglo XIX. Sin embargo, la ruptura fundamental del verso libre en la poesía occidental tardó bastante más, no se produjo antes de la Primera Guerra Mundial.
Nuestro Peterson no se limitó a la mera imitación de Goethe, ni tampoco su verso libre tenía coincidencia con el de Whitman. Es posible que Peterson fuera un pionero europeo en introducir en un verso corto (“delgado”, de entre seis y ocho sílabas, sin rimas finales) el recurso poético llamado enjambement (cabalgamiento): el fin del verso (línea) no coincide con la pausa sintáctica, sino que “fluye” sin interrupciones (y sin puntuación) a través de una parte sustancial del poema.
Supongo que al adaptar tal recurso poético, nuestro Peterson quería acentuar la especial fluidez natural, la sonoridad y flexibilidad de la sintaxis de la lengua poética estonia. Es decir, quería conscientemente destacar la belleza de la lengua de nuestros antepasados estonios. Por cierto, tales cabalgamientos no ocurrían en los versos de Goethe.
En un poema breve de tonalidad humorística, “Naised” (Mujeres), en que aplica el ritmo y las típicas aliteraciones de la poesía tradicional estonia, el poeta revela su gran admiración por la belleza de la mujer, capaz de vencer todas las armas del hombre y hasta al fuego mismo. Veo en esto un rechazo fundamental del espíritu guerrero y militar en Peterson. Sus ideales eran el amor y la paz universales, una armonía espiritual entre el cielo y la tierra. Cantaba a la amistad universal, acentuaba su respeto y amor a los antepasados y a toda la creación.