Reseña de Libros

Canciones de Alejandría

Marcos López Oneto

Autora: Mirka Arriagada Vladilo

Editorial: Buenos Aires Poetry

Año: 2021

Páginas: 58

 

Una lectura de Canciones de Alejandría

“Canciones de Alejandría” es un libro de poemas escrito por Mirka Arriagada Vladilo, publicado por la editorial Buenos Aires Poetry, en la ciudad de Buenos Aires, el año 2021. En su índice se advierten las siguientes particiones: “En los Intramuros” (pág. 09), “Rey del Hastío” (págs. 11-21), “La Reina Puérpera” (págs. 25-39) y “La Príncesa Púber” (págs.41-57). Cabe tener presente que la sección “En los Intramuros”, no contiene poemas. Aparentemente es solo un título; sin embargo, visto en el conjunto de la obra, da la impresión de ser una especie de envoltorio semántico-poético del libro; de meta-capítulo contenedor de lo que viene, anticipando un poco la propuesta poética que más adelante se desenvolverá (el inconsciente; el laberinto; el misterio de la existencia de una identidad: la existencia como el continuo choque y entrecruzamiento de las placas tectónicas de la mente, la conciencia, el alma, el espíritu o como quiera llamársele a eso que somos).

El libro de poemas propiamente tal se desarrolla en las tres secciones o capítulos siguientes. Así vemos entonces que “Rey del Hastío” se compone se 6 textos; “La Reina Puérpera” de 11 textos y “La Príncesa Púber” de 9 textos. En total, por tanto, estamos frente a una obra compuesta de 26 textos poéticos de extensión media (digamos, entre 30-40 líneas o versos).

“Canciones de Alejandría” no es una colección de poemas sobre diversos temas en donde la poética pudiera constituirse por el tono, el estilo o la mirada del autor, otorgándoles a cada texto una cierta autonomía o vida propia fuera del poemario. A diferencia de esa clase de libro poemas (dentro de las cuales, por cierto, hay obras maestras tanto en la literatura universal como en la nacional), “Canciones de Alejandría” es un solo poema; un poema largo (si quiere ver así), dividido en secciones o cantos que van contando una historia. En su caso, la historia que cuenta es la historia de un “yo”, de un “sujeto”, de una “siquis”, de una persona que va creciendo y desarrollándose, donde cada una de las secciones o cantos del libro intenta poetizar las complejidades de la constitución de un ser arrojado al mundo, en un sentido existencialista.

Entonces bien, si, por transliteración entendiéramos la representación de los signos de un sistema de escritura mediante los signos de otro, quizás podríamos especular (o proponer) que “Canciones de Alejandría” translitera poéticamente y de algún modo las clásicas categorías freudianas constitutivas de la personalidad síquica (yo, super-yó y ello[1]) con los protagonistas poéticos del “Rey del Hastío”, “La Reina Puérpera” y “La Princesa púber”. En este ejercicio de lectura, el “Rey del Hastío” representaría el papel del Ello (o el inconsciente).

Aceptado que sea lo anteriormente conjeturado preguntémonos ahora: ¿Qué roles interpretarían “La Reina Puérpera “y “La Príncesa Púber”?  Pero también preguntémonos qué rol en esta trama existencialista representaría el Príncipe que, aunque no tenga un capítulo especial en el libro, sin embargo, entra tangencialmente a escena como una flecha clavada en el corazón de los otros personajes y que, en el discurso poético, “nace desterrado/condenado a repetir el guión”.

– (¿Acaso la repetición del guion equivale a destierro? Y si fuera así ¿quién es el autor de ese guion, que exilia al Príncipe? Por cierto que no el “Rey del Hastío”. Las respuestas habría que buscarlas en “La Reina Puérpera”, o en la combinación de esas dos fuerzas síquicas)-

Conjeturo así que “Canciones de Alejandría”, bajo ciertas circunstancias analíticas, podría ser considerado, y solo en lo pertinente, como un poemario también sobre el “inconsciente”, quiero decir, sobre ese mundo que “Freud, el arqueólogo, descubrió (…) hundido en el cerebro”, a juzgar por lo que canta el poema de apertura del libro, situado en el capítulo “Rey del Hastío” (pág. 13).  Se trata eso sí, de un “inconsciente” que está cansado, que no está ahí por voluntad; un inconsciente que está aburrido de ser Rey y que “envejece mal bajo el peso de la corona”.

I

No estoy aquí por voluntad

Ser rey me aburre

Envejezco mal bajo el peso de la corona

(…)

Pero ya os he dicho

No estoy aquí por voluntad propia

Se me dio un destino inamovible

Freud, el arqueólogo,

Descubrió un mundo hundido en el cerebro

Donde mi reino es la mezcla extraña del lujo y la ruina

Donde mis poderes superan el orden visible

Donde estamos más muertos que vivos

Las capas psíquicas profundas que constituyen la esencia del “Rey del Hastío” son los muertos que, como parte de una especie de ley de gravedad espiritual, lo mantienen aprisionado, en los intramuros de una existencia en contradicción consigo misma, sin posibilidad de escape y solo vislumbrando lo que sucede allá afuera.

II

Jamás veréis un surco más profundo que me ceño

Semilla que allí cae

es escupida

Otro muerto que cae entre un almácigo de muertos

De los muertos es mi reino

Cada súbdito aloja un muerto en los ropajes

            El inconsciente, que pareciera entonces hablar a través del Rey del Hastío, termina de sacarse la máscara en el poema IV del Capítulo I, cuando poetiza:

IV

Pero suceden en mi reino cosas que dan vergüenza

El pintor se afana en reproducciones falsas

se coloca una tiara y viene así ataviado

Con el remedo de la Gioconda bajo el brazo

 

Entonces yo tomo mi guillotina portátil

y le desmonto y monto la cabeza

Luego reímos y bebemos

Porque ambos somos presas del hastío

            Con todo, este Rey es salvado en términos de elevarlo a condición necesaria del vivir:

V

No podéis culparme a mí

Hay que hacerse cargo del horror

En vez de criticar los negocios que me brindáis

En el poema final del “Rey del Hastío”, el poema VI, aparecería la voz de la poeta (la brumosa narradora omnisciente) que habiendo permitido que hable el Rey en los cinco primeros poemas, se visibilizaría fantasmagóricamente, proponiendo una suerte de conclusión poética:

VI

¿Y qué guarda un reino?

¿Qué tengo al fin que sea mío?

Una vieja novela familiar

un rey hastiado

una reina puérpera

una princesa púber

 

¿Y el Príncipe?

Me dais risa.

No existen los príncipes.

(…)

El príncipe nace y es desterrado

condenado a repetir el guión

            En el capítulo II del Libro (“La Reina Puérpera”), el discurso poético se plantea como alguien que observa al Rey del Hastío y quizás por eso, como un “yo” en la estructura del personaje y/o sujeto poético que pretende comunicar “Canciones de Alejandría”. En esa línea de pensamiento podríamos aventurar que la “Reina Puérpera” es el “yo” que observa al “ello” (El Rey del Hastío) que por momentos resiste sus embates, sin por ello dejar de pujar por su lugar en la historia. En otros pasajes del discurso poético, la Reina se adapta y flexibiliza, no deformando completamente al Rey del Hastío sino que modificándolo, reinterpretándolo, ofreciéndole un lugar en el mundo, a pesar de su cansancio. Esa relación es sugerida por el poema I del capítulo en comento, de claro tenor mistraliano:

I

Érase una vez un reino

De astros en desorden

Y dos tronos que debían amarse

El giro verbal “Érase una vez”, típico de la forma de comenzar de los cuentos infantiles, propone una mirada retrospectiva y, por mismo, también reflexiva, propia de la constitución óntica del “yo”. Esta forma o juego poético aparece bajo diversos ropajes, por ejemplo:

II

No era sencillo

me hacía heridas al roce de los diamantes

volcaba los cántaros

-pobres sirvientes caminando otra vez a la vertiente-

(…)

Esto no tiene que ver con mi vida real

esto sucede en el plano profundo

y de esto hablo en el sillón de mi analista

 

¿Y cuál era la palabra?

Hasta el analista se había olvidado

Colibrí

le dije enojada

IV

Mi mujer liberada

-esa que estaba cataléptica-

me dijo: tendrás gemelas

¿Deberé encargarle al orfebre otra corona?

¡Por ningún motivo!

¿Acaso quieres dos hijas esclavas de la repetición?

X

Me soltaron de día

Me convertí en una mujer libre

caminando en las calles de Alejandría

            Si existiera un “superyó” en el sujeto lírico que se va conformando a lo largo de “Canciones de Alejandría”, aquél podría estar encarnado en “La Princesa Púber” (capítulo III). La verdad es que no resulta curioso o extraño, que el gran enjuiciador y legislador de la estructura síquica del sujeto poético de “Canciones de Alejandría”, sea una Princesa Púber, porque en tanto floración máxima de los sentidos, la pubertad constituye una especie de paraíso salvaje, al cual siempre es bueno volver, si se quiere rectificar el rumbo de la vida. El status síquico de “superyó” de la Princesa Púber se distingue en el tono de severidad dominatrix de la Príncesa.

VII

Debes irte a Alejandría

tenemos que encontrar la salida

¿Quedarás sola?

-llora-

¿Ves? Ha llegado nuestro límite

Este reino te hace llorar

Y esa regla no debe romperse.

Pero lloraré sin ti allá

-insiste-

Es diferente

serás una adulta enfrentando su vida

habrá colores en tus manos

cerraremos el libro negro.

En síntesis, la lectura que hacemos dice que “Canciones de Alejandría” propone un viaje por las etapas de constitución de un sujeto lirico puesto en un mundo que le es adverso y contra el cual se rebela, encontrando su liberación en un lugar llamado Alejandría. A la luz de tal derrotero, “Canciones de Alejandría” no logra escapar de la fuerza de gravedad que el viaje, como categoría fundacional de la poesía occidental, presente desde Homero en adelante, ejerce sobre los poetas. Y es qué cómo lograr zafar de ese agujero negro en el espacio simbólico, si se trata precisamente del lenguaje que hablamos, el agua que bebemos, el aire que respiramos. Pero a diferencia de Itaca, que es un lugar al cual se vuelve después de un largo periplo, Alejandría representa un no-lugar, una utopía, un lugar desconocido, el puro fluir de la libertad, después de haberle perdido el miedo (Fromm).

En líneas generales, “Canciones de Alejandría” es un libro bien escrito. De verso muy medido y aquilatado; estamos en presencia de una obra de atmósfera nostálgica, con un cierto aroma lárico existencialista, cargada de imágenes y metáforas que logran comunicar poesía. Más bien provocar la poesía en el lector. Una obra madura. Sin duda un aporte a la poesía chilena publicada en el año 2021.

—&—

Mirka Arriagada Vladilo (1964, Antofagasta, Chile) poeta y siquiatra. Ha publicado: “Lamentaciones, gemidos y ayes” (poesía, Editorial Las Dos Fridas, 1998), “Autobiogeografía (poesía, autoedición, 2002) y “Cuando el amor se echó a morir como un perro” (poesía, Mago Editores, 2014). Cofundadora del grupo de experimentación poética Lilith.

[1] V. Freud, Anna (1954), El yo y los mecanismos de defensa, Buenos Aires, Paidós, traducción de Y.P. de Cárcamo y C.E. Cárcamo. Recordemos que el Ello, correspondiendo al inconsciente en el sistema freudiano, solo puede ser conocido “merced a los derivados que pasan a los sistemas preconsciente y consciente” (op. cit. p. 18). Cuando en el ello domina un estado de calma y satisfacción; cuando ningún impulso instintivo tiene motivo para invadir el yo en busca de gratificación y producir allí  sentimientos de tensión y displacer, dice Anna Freud, “carecemos de toda posibilidad de conocer sus contenidos. Por ende, teóricamente al menos, el ello no es accesible a la observación en cualquier circunstancia. La situación es, por supuesto, diferente en lo que atañé al superyo. Sus contenidos son en gran parte conscientes, lo cual los hace directamente accesibles a la percepción intrapsíquica. Sin embargo, la imagen del superyo se esfuma cuando existe armonía entre el yo y el superyo. Entonces hacemos esta formulación: el yo y el superyo coinciden, es decir, desde el momento en que el superyo  como instancia aislada no es reconocible a la autopercepción ni al observador. Sus límites  únicamente se aclaran cuando el superyo  enfrenta al yo de una manera hostil o por lo menos crítica; cuando cierta crítica suscita estados perceptibles en el yo, como, por ejemplo, los sentimientos de culpa” (op. cit. p. 18-19).
 
 

 

Acerca del autor:

Marcos López Oneto

Marcos López Oneto – Santiago, Chile – 1964 – Co-fundador el grupo de Experimentación Poética Lilith. Ha publicado Contrahabla (Ediciones del Realismo Simbólico, 1989), En estos ojos vacíos (Editorial Documentas, 1991),  Metálogos (Bellavistinos Editores Unidos, 1999) y TzimTzum (Ril Editores, 2018). Abogado, Doctor en Derecho, Profesor Universitario. Actualmente reside en Washington D.C., USA.