Ensayo de Álvaro Ricoe
LA LARGA AGONÍA DEL IDIOMA
Mucho se dice acerca de la notable variabilidad del idioma a través de los siglos. Al hacer un repaso simple nos topamos con que la lectura del Quijote suele ser una infranqueable muralla para muchos estudiantes, por la ingente cantidad de palabras castizas que posee y que no son de nuestro uso regular. Y en este caso, estamos hablando de un texto que apenas tiene algo más de 400 años.
Cuánto más podría haberse entorpecido la traducción de la Septuaginta griega, por los hebreos para recuperar los textos del primigenio Pentateuco, y darle forma a lo que hoy es la Torá, la misma que con algunos agregados más; en occidente conocemos como La Biblia.
Todo este exordio fue necesario para ahondar en el tema que da título a esta columna. Ya que precisamente debido a lo obtuso que puede llegar a ser hoy en día, un simple diálogo entre dos personas, es que me hace pensar en que los idiomas van mutando paulatinamente con el correr de los años y no somos muy dados a darnos cuenta de ello.
Últimamente los respectivos estudios arrojaban que cada vez los idiomas se van truncando más, pese a lo movedizo de su esencia. Porque por cada dos palabras que nacen, tres o más van quedando en el desuso. Una loable iniciativa emergió hace pocos días desde España, para rescatar a nuestro idioma de la sigilosa desarticulación. Esta proponía apadrinar una palabra en extinción, para que fuera incorporada al léxico cotidiano. Los medios cumplieron esta vez y en todos los países hispanoparlantes se prodigó la noticia y la recomendación de adherirse a tan brillante idea. Mas nuevamente, al poco tiempo todo quedó soslayado como una anécdota cultural y quienes adoptamos con encomio el hábito, nuevamente fuimos los mismos de siempre. Para desgracia; muy pocos.
El español viene muriendo desde hace ya bastante rato e inútiles han resultado los intentos por reestablecer su correcto manejo. La liviandad hace estragos en todos los tópicos de la cultura. Las nuevas generaciones tienen una enorme tendencia a la jibarización del idioma y lo que es peor, se denigra tratándolos de rebuscados, graves o pitucos a quienes se manifiestan con una terminología elaborada.
No pocas veces he sido llamado a expresarme en una forma en que toda la gente me pueda entender, mas ahí debo preguntarme por el parámetro que debiera tener, en caso de ser obsecuente con esa petición, para medir lo que “la gente” considere entendible. Y esto, porque por increíble que parezca, tal puede llegar a ser lo básico de un manejo idiomático que no habría forma de establecer lo que es un discurso universalmente inteligible.
La semana pasada, mientras esperaba locomoción, se me acercó una señora y me preguntó por la ubicación de una calle. En mi descripción le indiqué que la que ella buscaba estaba tres cuadras en paralelo. Se me quedó mirando con extrañeza unos segundos antes de inquirirme con desagrado: ¿qué es eso de paralelo?
Muchos otros ejemplos podría dar en que las palabras que consideramos básicas, pueden no ser conocidas, dominadas ni mucho menos utilizadas por un cúmulo de personas que conforman ese mar ignoto denominado “gente”.
Ante la inutilidad que veo en el esfuerzo intrascendente de acotar la expresión, prefiero, por el contrario, hacer hincapié en el rescate de la belleza y enjundia que posee nuestra hermosa lengua.
A mayor cantidad de palabras, mejor desarrollo de ideas. Así que, ¡a nivelar para arriba, muchachos!
Acerca del autor:
Álvaro Ricoe
Es un literato emergente del prolífico sector marginal. Integrante del circulo de escritores de La Legua. Ha publicado entre otras cosas; cuentos y ensayos de carácter critico-social. Obtiene la beca de creación literaria el año 2007 con su obra: “Cuentos de La Legua”. Y el año 2021 repite el galardón con la novela “La amante de la cuadra”. Es parte de los autores entrevistados en el programa Ojo en Tinta, transmitido por canal 13 y Megavisión. Es creador y director de la editorial popular Arttegrama.