Confieso que he asesinado a la Muerte
para que en mí no tenga señorío,
para que en mí no beba la luz,
para que en mí vuelva a morir
sin que muera yo.
La tenía advertida, pero ella se reía,
que no contase mis pasos ni abriera
por mí la ventana por la mañana,
que en los valles dejé los lobos
y ahora la sombra refleja
las tres pisadas que día tras día enhebro
donde mi muerte.
Confieso que podría venir cualquier día,
pero aquí encontrará el pellejo vacío
de una tumba medida para ella,
ahora que el peregrino se ha ido
adonde la ella Muerte no llega.
Se lo dije: Morirás por mí
y no podrás escapar;
Morirás por mí y te quedarás sola,
llorando por la sal que en tu rostro
no se hizo rocío;
Llorarás de rabia y decepción
y desde el otro cielo te miraré,
sin que sepas que yo no te lloro.
Confieso que he asesinado a la Muerte:
Pero soy inocente.