El que muere…
ha descubierto la soledad de la muerte
y se ve envuelto por sus pensamientos
como el mendigo por su propia indiferencia.
El que muere…
ha ido hasta la mesa por el plato caliente
y —ante las sillas vacías— ha resignado su ánimo
como el náufrago entre las garras de la tormenta.
El que muere…
se ha entregado a la noche que lo fagocita
—aunque el día esplenda más allá de su consciencia—
sabe que lo devora como la anaconda tritura a su presa.
El que muere…
acepta que el tiempo lo ha cercado
y que el trazo de luz que sus ojos miran
se va difuminando hasta apagarse.
El que muere…
se aferra al último segundo de su vida.
Pero no es amor a la vida:
es terror a la muerte.