Durante la noche alguien ha muerto,
alguien ha desplegado sus velas
para buscar el horizonte
y se ha perdido en él.
En vano han buscado sus seres queridos.
En un lado y otro vieron la pared de cristal,
ese umbral que separa la vida de la muerte,
permitiendo que desde la vida miremos la muerte
y desde la muerte contemple la niñez que ya fue.
Alguien ha muerto y por el fino hilo del silencio
las caravanas del llanto se despliegan
como antílopes que huyen por el desierto.
El horizonte yace adormecido.
No explica cómo alguien puede perderse en él.
Durante la noche, sin previo aviso,
alguien se ha hundido en la consciencia.
Apenas el mascarón de proa o las costillas de la nave,
lo demás se lo ha tragado el mar
y los deudos buscan en las olas
esa mirada de la que sólo queda el recuerdo.
Viene el amanecer. El día también muere.
Silencio y sombras, fantasmales esperanzas
y tenues nubes de sal, vagan entre la niebla.
Alguien se ha ido llevándose la lámpara,
sin decir adiós, sin dar explicaciones,
sin decir cómo se cruza la línea del horizonte,
ni comentar qué hará cuando llegue,
ni si quería ser feliz o infeliz.
Nadie explica lo que no puede el misterio.
Alguien se ha ido.
Lo demás es ilusión.