¿Quién nos convenció
de que hay que ir más rápido?
¿Quién nos inyectó el tiempo de la premura?
¿Quién nos engañó
haciéndonos creer que es mejor
el vértigo a la constancia pausada y eterna?
¿Por qué el golpe seco y uno de tan uno, aislado?
¿Por qué la isla y no el mar de la continuidad?
Estoy acezando
con el ser que parece arrancarse por la sudoración.
Estoy al borde de mí y de mi entendimiento,
ahogado y débil ante este precipicio
que me abre los brazos de la nada
con la alegría gozosa de verme en la angustia
de quien se equilibra y teme caer sin control
hacia lo desconocido.
¿Por qué acelerar el paso
más allá del latido armonioso?
¿Por qué romper la paz
de la mirada que contempla?
¿Por qué aceptar el engaño?
¿Por qué abandonar la verdad?