Pueblo de Putaendo escondido
plantado y enraizado entre peñas,
amortajado en la cordillerana andina
que se eleva a lo alto del mismo cielo,
con esa paz de la brisa que te baña
y el aroma de la espesura verde de tu suelo.
Pueblito amado en cuyo patrimonio
caminaron los padres de la patria;
donde además se vertió la sangre escarlata
de los héroes de la emancipación nacional.
Pueblito mío, buen amado,
vienes entre mis sienes deslumbrante,
más que la luna llena en el plenilunio
y las Tres Marías y la Cruz del Sur en diciembre.
Pueblo amado si me he de ir lejos,
no te muevas de donde Dios te ha puesto;
ahí quiero encontrar la casa de mis desvelos,
esas noches santas, todos juntos al calor del fuego,
ese calor de hogar que se vive solo en Putaendo
y que de lejos miro en la añoranza de un recuerdo.
Alguna vez corrí por las Piedras del Pillo-Pillo,
su Calvario y la majestuosa vista a lo lejos.
Pienso en su gente de singulares aspectos,
podría enumerar sus rostros apacibles y buenos;
la sonrisa generosa, de amables gestos
gente olvidada del pasado de mi pueblo.
En las faldas de Los Andes bañada por el río
naciste del Rocín, al Chalaco, al Putaendo
para hacer fecunda tu tierra de vestigios de indiada,
hermosuras desde Guzmanes, el Llano y calle Comercio.
Fuiste esculpido por el mismo Dios
y quiso ponerte cerca del Aconcagua
el Hacedor fijó su estancia en tu suelo
y su jardín entre el Tártaro y Población Hidalgo;
majestuoso su templo frente a la plaza del pueblo
y sigo caminando por tus suelos bendecidos
de frente al Cristo de Rinconada y Tabolango,
por el Asiento y los Baños del Parrón,
una vertiente fecunda, henchido tu encanto.
Esta carne mía y los últimos suspiros
que vayan a esta tierra soleada a su parroquial cementerio
si en mi vida anduve lejos
en la muerte, que es eterna, me quedaré contigo
amado pueblo: Putaendo.