Puñado de tierra de sortilegios y encantos,
voy por tus laderas entre llamamientos,
como el fantasma en su estremecimiento
a disputar su vida sin saberla muerta:
sin descanso, sin sosiego, embelesado en vuelo.
La luz de sol inunda de Chalinga a Limahuida
y al Choapa, su piedra salamanquita,
pinta dorado el maizal y los sarmientos,
la vid y el nocedal, el damasco y el níspero
qué bello es el cielo de Mincha al Coirón.
Hervidero de vestigios diaguitas,
flechas y petroglifos pintados en las orillas
de los ríos y esteros, que nacen de la roca andina,
india agua precipitada y despedida,
por este tiempo escasa e implorada;
coipos, chunchos, chinchillas y víboras
vayan corriendo por las lejanías;
son todas suyas estas bellezas de indiada,
bébanse el agua y caven madrigueras,
suya es la tierra del vergel soleada.
La cabra blanca por las piedrecillas anduvo,
el cóndor, el zorro y el puma entre espinos
y algarrobos, se miran sigilosos estremecidos,
cada cual en su paso sempiterno a sus nidadas,
comiendo el mismo pasto a sorbos sedientos.
No te olvidaré tierra, por eso he vuelto,
habré olvidado el mar y el cielo en su apogeo,
no así la tribu de diaguitas en ardimiento
de este amor que te profeso con mi sangre de indio
y me levantaré sobre el Manquehua agradeciendo
el sol de Coquimbo.