La casa del advenimiento,
del amor en ríos y apacibles vientos;
de los párpados mojados
de los encuentros.
La casa cuna de los nacidos
y de los adioses fúnebres
de los envejecidos;
de la existencia y la muerte;
y de los presentes y antepasados,
de los principios y desenlaces,
de los amores y recuerdos.
Entre los tablones de tus retablos
quiero volver a escuchar mis pasos
y los pasos de mi madre,
en sus afanes y esmeros,
dulce madre tus pies
¿Dónde van recorriendo?
y tus manos, en mi frente tus manos.
La casa de los hijos vestidos
de la paz profesada y los cariños
de padres, hermanos y abuelos;
todos bebiendo en el mismo vaso
el vino de la alegría
y el canto de los reunidos.
Casa de los muros con diáfanos secretos,
cada rincón una historia y un suceso,
de llantos y consuelos en silencio,
en la misma almohada dormidos
al calor de fuego bermejo;
donde todo tormento
se volvía tregua y sosiego.
La casa de mis padres ya ancianos
me espera
y me acompaña en el pensamiento;
madre con brazos abiertos,
padre con dedicación y afecto;
la casa de los cariños afables
de las amistades
y de los parientes lejanos.
La casa iglesia doméstica
de la Virgen María y mi Cristo,
de San José y el Espíritu Santo
y de los ángeles custodios.
Casa puerta adentro,
jardines en azahares floridos
y fecundos huertos prolíferos.
No se extingan nunca los rostros
de los míos y de los amados,
que no se ennegrezca tu encanto
en la casa de mis anhelos.
La casa de los ausentes de antaño
será nostalgia en días remotos,
solo habitarán el mutismo y el polvo,
con Diógenes de Sinope y las cosas en olvido.
Tristemente los que amaban se han marchado
lejos de sus recuerdos a otros gozos,
donde todos son pasajeros,
entre arreboles del ocaso
al Empíreo lucero constelado.