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Revista de Poesía y Arte ISSN 2735-7627, Otoño Año 3. Nº8, junio 2022

Memoria de mi madre

Las manos de mi madre pasaban en el agua,

días enteros entre estíos y la fría escarcha;

manos de arcoíris milagrosamente bellas 

no sabían de dolores ni penosas madrugas. 

Mi madre anciana seguía teniendo 

de su juventud la fuerza y su corazón 

henchido, solidario y atento,

fielmente engrandecido e inmenso. 

Ven y arrúllame, madre, como se arrulla a un niño

entrelazado como un delta un río 

el pequeño cuerpo mío al tuyo fecundo

y méceme con la calma del remanso cálido.

Perdona, madre, la tibieza de mis labios

y los besos de Judas en tus mejillas puras 

y mis palabras cruentas con ese estupor

de quien no piensa que eres amor puro.

Cuando muera viejo y tú te hayas ido

quisiera sentir tus manos, madre,

alentando la zozobra de mi pecho 

y que me hablaras serena, con tu acento tierno,   

esa voz que calmaba todo tormento.

En la agonía y la muerte, en ese día de aflicción  

y en mi último suspiro, tendré el añorado recuerdo 

de tu nombre, madre, que disipará todos los miedos.

Y al ir al cielo, Madrecita mía, recíbeme en tu seno,

ahí ya serás amada por los espíritus celestes;

blanca desbordante de ese Dios que tanto amaste 

y que en vida imitaste dulce y sonriente.