Te canto tierra mientras corro en tus caminos,
a tu suelo bendito de sol, le canto tierra;
doy gracias por tus frutos, tu suelo lindo,
tus retazos de colores y tu agua bendita
diáfana, que brota por tus grietas de crisol.
Tierra hermosa, nunca poseí de tus minas
los diamantes y el oro de tus canteras rotas,
si no la belleza de tus montañas altas;
los nardos y rosales floridos y sus fragancias
y de tus trigales el dorado de sus nacientes albas.
Tierra tan humilde y herida,
lloras por la resina de tus troncos incisos,
por el fuego que quemó tu suelo
y mató la vida sencilla de tus seres
reduciéndolas a cenizas inolvidables
y así te levantas y sacudes las ruinas al viento,
volviendo a renacer del fuego abrasado
tornando a teñir de arcoíris la vida,
el verde pasto y los árboles ingenuos
que vuelven a nacer ante los ojos del indolente.
Cordillera bella y multiforme
moldeada y diseñada por las aguas,
que corren y desgastan tus quebradas,
en mantos que se dejan caer del cielo
con mil matices y multicolores
¿Cuántos dragones dormidos
en sueños perennes, bajo tus velos ocres?
Tierra mía y de todos los que te aman,
sé que un día en una fosa cruenta
impetuosamente cavada por el sepultador,
he de caer sin vida abrazando
y con mi boca muerta besando
tu corazón cálido de piedras,
solo poseyendo la tierra en mis manos,
la que se aloja en tus frutos cortados
y de donde vine, he de volver al polvo
de tus entrañas, orbe amado.