Especial - Estonia

Lydia Koidula

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Lydia Koidula(1843-1886) (nacida Lydia Jannsen) es la más famosa y querida poeta de Estonia de todos los tiempos. Nació en Vändra, una pequeña población en la región de Pärnu. La familia Jannsen vivió en Pärnu entre 1850 y 1862. En 1863, se mudaron a Tartu, la ciudad universitaria, donde Lydia se dio a conocer como poeta y escritora.  En 1873 se casó con Eduard Michelson, un médico letón, con quien se fue a vivir en Kronstadt (ciudad rusa en la isla Kotlin, a 30 km al oeste de San Petersburgo). Allí, lejos de su patria murió, víctima del cáncer. Tuvieron cuatro hijos.

 

Koidula no ha sido solamente uno de los principales iconos del “despertar” nacional-autóctono de Estonia, sino también encarnaba el espíritu de la emancipación de mujeres creadoras en la ancha periferia europea y occidental durante la segunda mitad del siglo XIX, a raíz del auge continental del Romanticismo. Era coetánea de Emily Dickinson, la primera voz original poética femenina del futuro gigante, Norteamérica, y de Rosalía de Castro, la poeta que en la periferia de Europa y de España cantaba la belleza de su patria más pequeña, Galicia.  

Aparte de hacerse conocida en toda la sociedad estonia por el seudónimo Koidula (derivado de la palabra estonia koit (‘alba’), la poeta se ha apodado Emajõe Ööbik (‘Ruiseñor del Emajõgi’, según el título de su segundo poemario, 1867; el río Emajõgi (‘Rio Madre’) atraviesa Tartu, la ciudad que se considera como la cuna histórica de la cultura autóctona estonia. 

Por contraste con Emily Dickinson, Lydia Koidula no era introvertida ni mística. Era la poeta de una pequeña nacionalidad, la que en toda su historia conocida había sido oprimida y humillada, siempre en peligro existencial de desaparecer como un pueblo provisto con su propia lengua, el estonio. En el ápice del “despertar” nacional-autóctono la joven Lydia Koidula, más apasionadamente y con más fuerza expresiva que nadie, generaba y divulgaba por sus poemas el sentimiento del rechazo del poder opresor de los señores terratenientes báltico-alemanes. A partir de la tradición de los festivales de la canción, iniciada por el padre de Koidula, Johann Woldemar Jannsen (el también fundador de la prensa profesional en la lengua estonia, en 1863, y de la sociedad teatral en Tartu, en 1865), una serie de poemas de Koidula, una vez adaptados a la música por varios talentosos compositores estonios, se hicieron conocidos en toda la sociedad autóctona. 

Entre sus poemas patrióticos, la que más resonancia ha tenido, es “Mi patria es mi amor”. Durante casi medio siglo de la ocupación ruso-soviética en Estonia, este poema (entonado para canción por el compositor Gustav Ernesaks) y presentado por un gran número de coros unidos en los festivales de la canción, se convirtió en uno de los símbolos principales del anhelo de la libertad y de la resistencia pacífica del pueblo autóctono estonio al enajenado poder foráneo. 

Koidula se inspiraba en la lucha por la libertad de todos los pueblos minoritarios, oprimidos, humillados y convertidos en esclavos y siervos de las grandes “naciones dirigentes” del mundo. También se inspiraba mucho por los poetas románticos, portavoces de las ideas de la liberación y emancipación, como el alemán Heinrich Heine (cuyos poemas tradujo al estonio). Adaptó del alemán varios relatos que reflejaban la lucha contra la esclavitud en América Latina, por ejemplo, “El último inca de Perú”, 1865 (según “Huaskar”, del alemán  W. O. von Horn, del que el protagonista era el padre Bartolomé de Las Casas) y “Martinique y Córsega” 1874 (cuyo motivo quedaba bien reflejado en su poema “Del lecho de enfermo”, escrito en 1873). 

Por lo tanto, la obra de nuestra Lydia Koidula no es algo que pertenezca exclusivamente a nuestra nación estonia. Ha hecho eco de los anhelos de innumerables pueblos que en el pasado han vivido sin el derecho elemental para usar su lengua nativa, así como de estas no menos numerosas nacionalidades menores y minoritarias, cuyas sociedades aun en nuestro mundo de hoy, dominado por los procesos de la globalización económica y las ambiciones geopolíticas de los “grandes”, han sido empujados al borde de inexistencia. 

Puedo añadir con orgullo que mi propia vida ha trascurrido en el ambiente de la sensibilidad y del mensaje cultural heredados por Koidula. Cien años antes de mí, ella pasó su juventud y sus años de bachillerato en Pärnu, mi propia ciudad natal, donde me tocó ir a la escuela secundaria que llevaba el nombre de Koidula. En esta escuela siempre celebraban los aniversarios de la poetisa, cantaban canciones basadas en los poemas de Koidula, congregándose en la Plaza Koidula, junto al más famoso monumento dedicado a ella (erigido en 1929, obra del renombrado escultor Amandus Adamson). Pärnu cuenta con el Museo de Koidula, instalado en la casa donde vivía la familia Jannsen. Todavía en mis años de párvulo escribí un poema sobre Koidula, algo muy elemental, pero mereció ser destacado en un concurso escolar. De este pequeño poema, han quedado en mi memoria sobre todo los versos:

 

                             Kirjutas näidendeid tema,

                             kauneid laule ta lõi,

                             võitles me luule-ema:

                             Eestimaa surra ei või!              

 

                             Escribía obras de teatro,

                             creaba bellos poemas,

                             luchaba nuestra madre-poeta:

                             ¡Estonia no debe morir nunca!    

Monumento de Lydia Koidula en Pärnu, 1926, por Amandus Adamson.