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Revista de Poesía y Arte ISSN 2735-7627, Año 5. Nº11, junio 2025

Neruda en la discotheque

Cuando Neruda entró a la discoteque vacía
vio la esfera espejeante, icono de la música disco
fascinado como un bárbaro ante el imperio.
Se las arregló para que el administrador del local la bajara
y para poder de esa manera observarla de cerca.
Descubrió que estaba compuesta de pequeños espejos,
pensó en globos terráqueos y, reflejándose
se vio abarcando el mundo entero.
Quiso saber cómo operaba aquel ingenio
para lo cual asistió a la discoteque de noche.
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Pensó que se trataba de una fiesta de disfraces
en donde se pretendía emular a Sodoma y Gomorra,
pensó que era una fiesta gay & lesbian.
Los disfraces eran bastante más osados
que aquellos de las veladas de Isla Negra.
Luego rechazó esa idea: quizás la gente bebía y bailaba
en un rito de adoración a Baco
o al Mundo (representado por la esfera de espejos

que colgaba, extraña lámpara en el cielo).

El espacio que se necesita para bailar
es el número de tu calzado, ambos pies.
Además, Chile es un país sísmico:
si bailas no sentirás el terremoto
que —no te preocupes— no es otra cosa
que un plagio de hacer el amor,
un catre que quiere arrancar como una nave.

Un poeta está por las cosas, no contra ellas
—Neruda no tenía ni que pensarlo—;
comprende y canta los fenómenos más raros,
lo freak y lo queer son su materia
—ya empezaba a hablar como los jóvenes del lugar
o, si se quiere, a adueñarse del lenguaje—
traza un puente entre generaciones y culturas,
es, final y simplemente, UN HOMBRE LIBRE

Y canta:
   Tra la la la la
pero también:
   La tra tra tra tra

La discoteque estaba en Moscú, Ceilán o Santiago,
Neruda intentaba comprender aquella música,
recordó haber comprado el single Mr. Postman en Londres
y haberlo obsequiado a su joven cartero. Pero esto era distinto:
pulsiones de neutral marcapasos o callejeo tecnológico.

Neruda bebía en la barra, observaba,
pensaba en tatuajes de hombres de mar,
en tribus, en extravagantes homosexuales europeos,
en mascarones cuyos senos generosos
parecían agitarse bajo la tormenta tal los senos
de estas bacantes en el desenfreno de la danza.
Pensaba en carnavales, en tribus, en aborígenes
que usaban aros en lugares impensables,
en pájaros exóticos similares a algunas personas de ese lugar.
Pensaba en «El Viajero» de Baudelaire.
Como con destello de abalorios, la bola giraba.
Neruda no pudo resistir la tentación
y se las arregló para conseguir una de esas esferas
y la puso entre otros mundos y globos terráqueos
en su colección de planetas locos de Isla Negra.