Por la tarde,
a la hora que el café se queda frío en su taza de loza
y la mesa duerme su siesta
con el mantel migajoso y ajado
después del almuerzo.
Una niña cuenta las hojas.
Huele las flores del arrugado mantel
y se reparte unas gotas de miel con la obrerita
que vive detrás de la casa.
Luego, acomoda su cuerpo raquítico
debajo de la manigueta que hace girar su abuela.
Medida tras medida va moliendo los granos tiernos
de la nueva cosecha de elotes.
Disfruta de las pringas que recorren su frente.
Y como si se tratara de almidonadas lágrimas,
baja la leche del tierno Maíz por sus grandes ojos
y una a una mueren en su lengua al abrir la boca.