Ensayos y opiniones

El enigmatico cosmos de Gonzalo Contreras

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La poesía no se limitaba para vos a la escritura: era una forma de vida, una práctica, una actitud cotidiana. No te interesaba siquiera sacar un segundo libro con tu firma aunque, cerca del final, te brotaron las ganas de hacerlo solo por dedicarle un poema a cada amigo y amiga, seguramente inspirado por el afecto que recibiste cuando Las Malignas –las células que empezaron a reproducirse sin control–, te empezaron a acosar. Ellas, con sus flechas envenenadas, inspiraron un par de intensos poemas nacidos en el hospital.

Un día cualquiera –pudo haber sido el más bello (de no andar por los desafiantes cielos que el gran Horacio desconocía) –irrumpieron ellas. Las Malignas, muy malignas, de la mano de la ira de Dios, –dijeron (….)

¿Cuál dios, pregunté?
ya lo sabrás, tiempo al tiempo,
respondieron a coro.

La sentencia voló por los aires (…)
estaba escrito, volvería a la tierra esencial y a un cosmos hipotético, en suspenso, como toda ilusión que gira alrededor del deseo.

Volvería a ese inútil furor al que tanta vida arrojé…

(Fragmento de Las Malignas)

En ese inútil furor al que tanta vida arrojaste, sobre todo disfrutabas de la conversa junto a un buen vino, aderezada a menudo por el gesto (simbólico) de desenfundar, veloz, la espada a la hora del debate. Te llamábamos El Malo en esos casos, y aprobabas el apelativo con sonrisa irónica porque no te temblaba el pulso ante nada ni nadie. Te vencieron, sin embargo, Las Malignas, aunque –como solías decir– nunca tanto.

Nunca tanto porque quedamos quienes te recordaremos hasta que nos llegue la hora y porque quedan los libros que publicaste. Inventaste tu editorial en Estocolmo, pero el escenario nórdico era un paréntesis para mirar a tu horroroso Chile desde lejos, en perspectiva y por un tiempo, mientras seguías leyéndolo todo como habías hecho desde cabro, a cualquier hora del día aunque mejor de noche y con música de jazz. Lentamente, a tu modo, masticabas cómo y para qué volver. Querías hacer algo que fuera una ueváa potente, bella. La llamaste Étnika (una editorial dedicada a la poesía y la cultura chilenas). Si ethnos, que deriva de ethnikos, significa “gente o nación extranjera” estamos frente a un juego de espejos: ¿Cuál sería la nación extranjera, en este caso? Y la c, ¿viene del griego o alude a una kafkiana k?).

Querías que las voces de poetas chilenos que transitaban por los bares –la mejor universidad – siguieran resonando. Y solo podías aportar algo desde tu mundo bon vivant, que incluía las letras, las buenas mesas, los buenos tintos, los buenos compañeros y compañeras de viaje y también la buena política: todo debía conjugarse. Siempre con estilo, el que tenías entre ceja y ceja y que –una vez retornado a Chile– fue cobrando forma en tomos mayores o menores: siempre cuidados, siempre originales, siempre armados con las ganas de tantos que esperaban, ansiosos, su turno. Tus ediciones no eran solo de papel y tinta: eran manjares preparados con amor (perdoname la palabra…te dará vergüenza ajena pero esto lo escribo yo, y en argentino). Amor por el verso a la vena y el aura de esos seres frágiles, perdidos o iluminados que andan creando vida pensante y sonante: tu familia extendida.

Tu proyecto editorial nació en Suecia y fue pergueñado por ese extranjero que pasaba sus días –en la época en que nos conocimos, a inicios de la década del dos mil– en un departamento casi vacío, tu refugio Zen. Ahí fue que se perfiló el plan, tal vez porque Raúl –la otra cara de Gonzalo, nombre de pluma (paradójicamente, el de su hermano menor) que pasó a ser el propio en su universo– quería volver al terruño después de varios años de distancia, no de exilio. Otro paso enigmático para alguien opuesto de cuerpo entero a la dictadura: se fue a respirar cuando terminó.

Este juego de nombres, de distancias, de letras inusuales, es el juego de espejos donde Gonzalo Contreras, el Otro (humorada evidente para cualquier lector chileno) manifestó su atracción por lo críptico. Y no es un dato menor sino su sello, como pone en evidencia el primer y único libro de tu autoría.

No es casual que Carlos Salino, en su excelente reseña de Nube Cónica, cuente que se topó con ese ejemplar en “los anaqueles de una librería de viejos del mercado Persa Bío-Bío. (Se trataba de) una primera edición realizada en la ciudad de Santiago (Chile) y lanzada a la entropía sideral en el año de 1994, por la Editorial Gil de Castro con un tiraje de 300 ejemplares”. El autor de este curioso texto, Gonzalo Contreras, jamás intentó promocionarlo; dejó que vagara como una rareza, duplicando la vida bohemia y marginal que le era afín. Lo que le importaba  era saber que podía crear la propia poética. Y a otra cosa mariposa. Ya hay tanta poesía, ¿pa qué más? La reseña de Salino, pensando en el “poeta retirado de los reflectores y del boato del mundo literario, que se desenvuelve mejor en el backstage de la poesía chilena actual, de la cual, por lo demás, es un destacado y muy reconocido editor”, toma nota del título del ejemplar, de su comienzo enigmático:

废物的愤怒 o El frío e impersonal mundo de la poesía.

 

Los ideogramas chinos con los que comienza el título del libro, traducidos literalmente (si acaso ello fuera posible), significan algo así como: inútil furor. Por lo que el título completo del libro, traducidos los ideogramas, sería: Inútil furor o el frío e impersonal mundo de la poesía.

 

¿Cuál habrá sido el sentido de agregar ideogramas chinos al título? ¿Tiene alguna trascendencia en función de la propuesta poética del libro? (…)  A lo más podría especularse que (…) es un libro que intriga desde el comienzo por obra de  los ideogramas chinos, poniendo al lector de inmediato en guardia y atento, así como cuando se camina por un callejón desconocido; en una ciudad desconocida y en medio de la noche.

En guardia y atento, así caminabas, Gonzalo, a menudo solo y en medio de la noche, por territorios conocidos o desconocidos pero siempre guiado por un radar que te orientaba, intuitivamente, en el mapa de la vida –ese callejón extraño por el que todos andamos a tientas–. Callejón que, inicialmente, cobró forma poética en los caracteres chinos y permaneció como tu estilo editorial: las cubiertas de Editorial Étnika intentaban poner al posible lector “en guardia y atento”. Lo enfrentaba a algo diferente, intrigante, a algo que seduce por su misterio.

Es que te gustaba seducir y dejarte seducir. Y no solo a y por mujeres, lugares, libros o autores sino por todo tipo de personajes (como el entrañable Millonario Seductor, tu amigo Sergio, que te alegró la etapa sueca regalándote el habla chispeante de las poblaciones, o el inefable Salvo, italiano cocinero que te obsequiaba manjares y te observaba saborearlos sin probar bocado, en silencio y fumando una sigaretta detrás de la otra). No todos llegaron a la página impresa pero lograste “inmortalizar” a quienes delinearon tu rumbo: seres queridos con y de los que aprendiste a leer y a vivir, como Giaconi, el primero, tu guía y cómplice en los años de juventud, cuando te llamaban Françoise. En la reseña que vengo citando se menciona tu encomiable esfuerzo para salvar la obra de tu maestro, en Claudio Giaconi. Un escritor invisible. Obra  Reunida. Santiago, 2010. Con otros títulos vinieron otros homenajes, velados o no tan velados, a ese pasado-presente que fue, para vos, tu mayor privilegio: la oportunidad de conocer a algunos grandes y de aprender de ellos y de ellas, no solo de sus letras. Resta publicar (en coedición Étnika-LOM) otro tesoro que estaba casi listo para salir del horno: la correspondencia de Carlos Droguett, a la que también te dedicaste con cálido y generoso empeño.

En suma, tus actos y obras tuvieron un evidente vínculo con la amistad y con la muerte. La certeza de estar de paso es el pilar de tu de su estar-en-el-mundo y de todo lo que emprendiste.

El sentimiento de la muerte como eje de la poética de Inútil furor o el frío e impersonal mundo de la poesía, aparece en el poema POÉTICA, que abre el capítulo EN TRÁNSITO:

POÉTICA

Según
el incomprendido Robin Hood:
la poesía metafísica
es un continuo lanzar flechas
a esa realidad
que aún se ama.

En tu pieza colgaste un cuadro –también pintado por un amigo– con la imagen de un tipo montado en bicicleta. Era tu doble: un amante de esa realidad que aún se ama, a la que se le lanzan flechas ¿para que no se esclerose? Por ahí mismo querías seguir, andando sobre dos ruedas, dejando huella. La dejaste, Gonzalo, en eso fuiste Bueno.

Cuando nos dijimos adiós te pregunté si estabas listo para ese viaje (habíamos hecho muchos juntos pero a ese vamos solos). Y ¿Cuándo viste que un chileno esté listo para ningún viaje?, retrucaste. No estabas listo pero no te falló la jugada maestra: te las ingeniaste para que terminemos de ordenar tu maleta a medio hacer, nos dejaste tarea. Lograremos que salgan a la luz otros títulos que quedaron en el tintero, como los hermosos Autorretratos acompañados por fotografías de las y los poetas chilenos que pudiste convocar.

Sin duda, entre bambalinas y desde algún más allá seguís moviendo los hilos, aunque la última palabra, de este lado, la tenemos quienes te rememoramos. Mientras escribo esto me vienen un párrafo de Jamaica Kincaid que leí en Mi hermano y subrayé: “(y quizá me equivocaba, pero en cualquier caso esos son mis pensamientos acerca de su muerte y acerca de su vida…y esa es una de las razones por las que vale la pena sobrevivir a las personas que pueden tener algo que decir, no dejar que digan la última palabra). En este punto te siento murmurar, como en sordina y con tu picardía habitual: ¡Semillita de maldá!

Sin maldad sino con ternura agradezco el encuentro de tu enigmático cosmos con el mío. No fue fácil, pero valió la pena. Y para terminar en el tono que preferías, lo hago con un ¡Hasta siempre, Gran Copto! Así te bautizó tu dilecto amigo Cristian Montes, con quien formamos una Arcadia imaginaria de cuyo sentido etimológico no me había percatado hasta ahora. Según la mitología griega, Arcadia era una versión del paraíso, no la morada para los mortales que han fallecido sino la morada de los seres sobrenaturales. Ahí te imagino, –Gonzalo / Raúl / El Malo / Gran Copto / Françoise–, tomándote tu tiempo en una foresta virgen y saboreando tu traguito: el del estribo.

Yo Françoise pecador por naturaleza dejo un resto de juventud para quien quiera vivirla dejando una copa servida al sediento de vosotros.

(Verso de “El resto de mis días”, de Gonzalo Contreras)

Kaat Pype

Acerca de la autora:

Nora Strejilevich
(*1951, Buenos Aires) es una escritora y docente argentina cuyo interés medular es el legado del genocidio a partir de su propia experiencia como sobreviviente y exiliada. Tras su liberación del campo de concentración “Club Atlético” (1977) fue asilada política en Canadá, donde se doctoró en literatura latinoamericana. Se desempeñó como profesora en Canadá y EE.UU. (1991- 2011), sobre todo en la Universidad de San Diego, también realizó su trabajo en la Universidad de Chile y en el Centro de Estudios del Genocidio de la Universidad de Tres de Febrero y en la Universidad de Konstanz. Sus cursos se concentran en el género testimonial. Ha publicado cuentos, poemas y ensayos, su novela experimental Una sola muerte numerosa (1997) se tradujo al inglés y al alemán, inspiró una adaptación teatral y se estudia en cursos de universidades de Argentina, Colombia, Chile, México, Brasil, Alemania, Austria, Italia y Francia.