Y con el tiempo,
dejó de crecer la necesidad en los hombres
de respetar la belleza de las colmenas
y los granos de polen.
Por el contrario,
decidieron romper el lazo de las bestialidades,
imaginando que de esa manera no llegaría el futuro
que los tornara otra vez en seres efímeros.
Querían llenar con Inmensos aguijones
las ambarinas ciudades construidas por las obreras.
Invadían los habitáculos devorando a los más pequeños
y a sus cuidadoras les arrebataban el tórax
como alimento para los suyos.
Pero una tarde de aquel único día repetido,
el tiempo los engañó.
Ya no quiso otorgarles la manija de las 24 horas
con el principio y final de inocentes parricidas.
Empezó la noche a extender su ansiada sepultura.
Casi todos fueron a parar
a aquella ranura calada en la tierra.
Acabaron con el aliento más frío que el de las ágatas
y con las pupilas secas por el abandono.
Había indicios de la exhalación del futuro
con otra sangre también envenenada
con el aguijón reluciente
de un criminal pasado.