Llegará el día que ya no escucharé
el armonioso trinar de pajarillos
ni el ruido de las olas del mar, jugando a ser gaviotas.
Se apagarán de golpe las estrellas
y el sol no entibiará mis manos;
dejaré de sentir en mi pecho
el frenético galope de mi corcel
persiguiendo a la luna, que se aleja.
Dejaré de ser roca, arena y nardo;
luz y sombra, amor y olvido.
Descansaré bajo el verdor de mi árbol
y el viento esparcirá en el aire
el eco de mi último suspiro.