Frankestein se sube a la micro
al final de una jornada laboral.
Respira por un tubo
que sale de su cuello
y hace al respirar un ruido
que congela la sangre.
-Mi intención no es molestarlos-
Dice.
Se le cae un ojo lo recoge,
y lo limpia con su lengua.
Desencaja el brazo del hombro
y sonriente pide una limosna,
invocando tragedias infantiles
cuando él era un chico con futuro.
Los pasajeros ante tal demostración
lloran, se lamentan,
desmayado cae alguno de su asiento.
Los demás tiemblan de miedo
y le entregan todo lo que tienen.
Frankestein se baja de la micro,
se despide dando bendiciones
perdiéndose en la noche citadina
con otros adefesios de su especie.
Los pasajeros respiran aliviados
después de tres minutos de terror.
Regresaran a casa dormitando
soñando con un día despejado,
¡Sin el espanto que causa
tocar la puerta del gerente general
para pedir un anticipo!