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Revista de Poesía y Arte ISSN 2735-7627, Año 5. Nº11, junio 2025

Homenaje a Philip Seymour Hoffman

Envidio al hombre alto y delgado
de mas de 50 años,
sentado frente a su ensalada y su agua mineral.
Envidio su regio automóvil
sus diez kilómetros diarios de trote.
Su mujer bella, sus hijos bellos.
Porque yo soy como Philip Seymour Hoffman:
débil, frágil, vulnerable
y me ha crecido la panza.
Fumo, amo las cervezas heladas en verano,
leer a «Ricardo Tercero» cuando en el metro
la multitud me aplasta.
Pero es la escena, el rol que debemos desempeñar
y un actor debe ser capaz de representar
cualquier papel.
Toda realidad posible,
incluso al hombre de camisa celeste
que devora su ensalada naturista
o al poeta que es aplastado en el metro.
El actor debe convencernos
con un gesto cargado de verdad indiscutible.
Porque toda verdad es absoluta.
Para así creer en él actor,
tener fe en lo que nos dice,
poder reír, poder llorar con él.
Pero, ¿Cómo soportar ese misterio?
¿Cómo cargar con todo ese talento?
¿Cómo comprender ese don divino?
Cómo producir el ciento por uno.
Cómo entender la realidad de ese instante
que constituye la fuente misma del ser.
La trama de la realidad,
el subtexto, la profundidad
del mar de la subjetividad.
Uno hubiese querido estar ahí
en aquel cuarto de baño
para que la dosis hubiese sido la «justa»,
para que el éxtasis místico hubiese venido
de un ejercicio puramente espiritual
y no el ejercicio de la libertad absoluta.
No de una cuchara de té oxidada, enferma, afiebrada.

Espero algún día volver a verte amigo,
en el rotativo del cielo donde el héroe trágico
siempre logra redención.
Donde el amante desesperado
resucita a su mujer
con un beso en los labios.

Santiago, Septiembre 2014