Esos cabros no eran proletas.
Se juntaban los fines de semana en el «Pollo Stop».
Sí, había un prurito,
había algo que no entendían.
En pro de sus ansías de fama
asumieron el cartel de los relatos
de la tragedia vigente.
De la eterna herida abierta y purulenta
en la historia de Chile.
Ganas de romper los moldes
tenían por pura vanidad.
Miraban embelesados
las postales de Europa
y repetían los gestos
como el mono que fuma.
Me acuerdo muy bien:
nada con el lana,
nada con el vino navegado
y la peña solidaria.
Nada con los que de verdad
eran perseguidos.
Eran psicodélicos decían,
contraculturantes mirábanse
el ombligo
y repetían con acento de niño bien
el relato de aquel drama popular:
«Yo la quería».
Después se sumaron a la lucha
cuando ya no había lucha y descarados
comenzaron a pintar
la moneda quemada
cuando en los días del miedo
se lo pasaban bailando
en el Trolley
preocupados de sus abrigos largos
y sus peinados a la gomina.
Así consiguieron su tajada
y su fama
e inventaron tortura política
cuando sólo les dieron
un par de patada en el culo
por andar borrachos en la vía pública.
Artículos de línea blanca.
Fabuladores de su propia
cosmogonía.
Buscar