El corazón de la ciudad se abre como hortensia de medianoche, o amapola entumecida. ¿Qué significa ser poeta: la luz la esterilidad la paciencia? Las rayas del tigre llevan el paisaje en su oleaje eterno -éter que crece y se esparce alrededor del cuerpo-. Me separa la jaula o la ventanilla del auto. No es lo mismo tirarse en balsa en los rápidos de un río que modelar la selva. La vida gira. Dibuja su órbita elíptica. Trae la luz y la noche, el invierno y las flores. Llueve. La tempestad arrasa temprano. El frío y la oscuridad son pasajeros. A veces está claro. Los tulipanes nacen en las riberas, entre los puentes levadizos. Los años entran como animales aturdidos. Brotan los geranios rojos contra la tarde. El paisaje vuela. Los cerezos del valle oyen un ladrido sordo. Palabras secas sin jinete. Aurelia habría sido una pantera negra en otras circunstancias: hermética belicosa delicada -como la sombra-. Al frío de la enfermedad se unió el temblor de su corazón. El universo se transparenta en cada pupila. La hortensia de medianoche sabe eso. Los girasoles lo gritan.
2
Las nubes y las palabras se deshacen. El aire tiembla y el cosmos se fragmenta. Aquí ya estuve. Huye el miedo que yace en la luz de los cristales del verano. El gentío y los callejones me inspiran. He vuelto a una ciudad de húmedas paredes con rincones abiertos para desandar lo visto. Nada de esto queda salvo cada momento. Todo lo que tocas se desvanece como cuerpo bullente de aquello que alguna vez ha sido. Por las palabras entra el recuerdo. Hay un aroma en las puertas: sonajera de alhajas, té de menta, polvo y pulpa. Un aire familiar ronda mis sueños. También los borronea -o los limpia-. A veces reaparecen.
(De Escrivania, 2003)