Si usted pretende ir a la iglesia, sepa que no puede hacerlo de cualquier manera, al entrar habrá de persignarse, caminar flotando hasta su asiento, obedecer el aeróbico movimiento que dicte el sacerdote, parafrasear y repetir lo que él repita, cerrar los ojos de vez en cuando y buscar en su corazón (en caso de no tener, favor fingir que tiene), comulgar, cantar y ofrendar, apretar las manos del prójimo, para luego volver a persignarse y retirarse de la iglesia a seguir con su vida pecadora.
Sepa que si gusta frecuentar la iglesia, sea esta una capilla hecha de tablas o una catedral de piedra en un balneario, corre usted el riesgo de ser engañado, corre usted el riesgo de pensar que existen vírgenes y santos, corre el riesgo de bailar con el cuerpo de cristo, los viernes en la noche, cuando se descuelga de la cruz, corre el riesgo de hacer catequesis y hacer penitencia, corre el riesgo de que su hijo, el menor, quiera ser monaguillo y termine siendo profanado por el curita más tierno, ese que confiesa al alcalde, ese que casó a la hija del senador, ese que se viste de castrense el día de las glorias del ejército, ese que se compró un Mercedes con la misericordia del padre, hijo, espíritu santo, el mismo que todos sienten intachable, el mismo del que nadie sospecharía aquel oscuro gusto de eyacular sobre jovencitos en el confesionario antes de misa o después del grupo de oración.
Estando al tanto de esta advertencia, le advertimos también, que no es cristiano comer carne en semana santa, tampoco lo es no hacer caridad y practicar sexo premarital. La empresa le comenta a modo de anécdota que antes existían clérigos rojos que defendían los derechos humanos y hallaban mesías en caseríos humildes, daban amor y enseñaban consecuencia con devota austeridad, pero hace mucho que no se les ve, porque el santo padre que vive en Roma dice que no están de moda.
Se recomienda leer la letra chica.