Traiguén es como el tatuaje que todavía no me hago
Es la tinta de la lluvia, el imperdonable invierno de mis venas
Entre los campos mi abuelo Higinio sigue cabalgando
Vendiendo el trigo en la feria
Y tomándose toda, toda la mistela en los prostíbulos.
Es mi abuelo con su corvo mudo, rasgando la noche.
Traiguén es el silencio de mi silencio
Es la no-madre/madre de mi sí-padre
Diciéndole huacho en medio del vino
Soy yo rompiendo los leños contra el relámpago del tiempo.
Soy yo diciéndole padre a mi padre
Y a veces le digo Higinio
Y a veces él me dice Higinio
Y a veces nos emborrachamos
Y hablamos de los ríos de Traiguén
Y de lo lindo que es el horizonte cuando atardece
En medio de los montes
Cuando hablamos todo tiene olor a pasto mojado
A manteca sola, harina tibia, dolido embutido, nubosos ajos, gallinas castellanas
Caballos perdidos en un pueblo sin luna.
Traiguén es una palabra con sabor a madera
Donde hay una calle, un cementerio
Una vereda empedrada a lo largo de Lagos donde quedaba la casa
Un viento que sopla olvidado desde el olvido.
En la tumba de mi abuelo florecen flores de sangre y rocío y niebla.
En la tumba de mi abuelo está este Sur de mi niñez,
Una yunta de bueyes lo arrastra hacia la muerte y lo trae de regreso
En las manos de mi padre En los ojos de mi hermano
-En mi corazón maldito perdido para siempre llovido sobre los montes, el trigo y el ñachi-.