Cristián Gómez

Traiguén es como el tatuaje que todavía no me hago

Es la tinta de la lluvia, el imperdonable invierno de mis venas

Entre los campos mi abuelo Higinio sigue cabalgando

Vendiendo el trigo en la feria

Y tomándose toda, toda la mistela en los prostíbulos.

Es mi abuelo con su corvo mudo, rasgando la noche.

Traiguén es el silencio de mi silencio

                                                           Es la no-madre/madre de mi sí-padre

           Diciéndole huacho en medio del vino

Soy yo rompiendo los leños contra el relámpago del tiempo.

Soy yo diciéndole padre a mi padre

Y a veces le digo Higinio

                                Y a veces él me dice Higinio

                                                                    Y a veces nos emborrachamos

Y hablamos de los ríos de Traiguén

Y de lo lindo que es el horizonte cuando atardece

En medio de los montes

Cuando hablamos todo tiene olor a pasto mojado

A manteca sola, harina tibia, dolido embutido, nubosos ajos, gallinas castellanas

Caballos perdidos en un pueblo sin luna.

Traiguén es una palabra con sabor a madera

Donde hay una calle, un cementerio

Una vereda empedrada a lo largo de Lagos donde quedaba la casa

Un viento que sopla olvidado desde el olvido.

En la tumba de mi abuelo florecen flores de sangre y rocío y niebla.

En la tumba de mi abuelo está este Sur de mi niñez,

Una yunta de bueyes lo arrastra hacia la muerte y lo trae de regreso

En las manos de mi padre                                   En los ojos de mi hermano

-En mi corazón maldito perdido para siempre llovido sobre los montes, el trigo y el ñachi-.