Dos hombres están frente a mí. Uno yace en el suelo y el otro lo observa. El que está tendido es sangre y lodo. Camisa de existencia sobre una rosa blanca. Desde la altura la perspectiva del otro es más larga, ajena a la muerte, detenida en la obsesión del arma homicida. Está imitando a Fredy Mercury; pero canta bronco y sin armonía. Me enseña los nudos de su corbata/ fina y corta – por cierto fuera de época – . Susurra / encuentra su nombre, revisa los archivos/ Insiste, puede ser un poeta o un demonio. La locura y la pasión se parecen cuando están en el mismo ángulo.
Me aparto de la mirada del que observa y me refugio en los ojos del que yace en el suelo. Quizás sea un ángel de Rilke, o guarde un niño inocente, que finalmente me mira. Tomo agua y muerdo un pan de dos días de insomnio. Pido en silencio / todos pedimos en silencio ayuda y placer / todos esperamos que los deseos se cumplan. No sé cuantas horas he estado frente a estos dos hombres, el péndulo se niega a responderme en la mano izquierda. Reviso el cuaderno personal y digo / somos hijos de la observación. Soy una mujer que observa, una observada mujer, una mujer frente a dos hombres, uno yace en el suelo y el otro lo observa. Cuento numéricamente del diez al uno/ Invoco Sei He Ki, y estoy de nuevo en casa.