Princesa Amaranto

Esta mujer es el lugar.

Cuando el sol se parece al sol

y la aurora instala su furia,

las rubias cuerdas de su voz

nos arrojan la cinta hendida

que enuncia el nombre de la luz

y oscila al viento frente al pacto

de tanto ver tendida entre ambos

la intuición de los transeúntes.

.

Hasta aquí nada se presagia

y en este turno con la luna

vuelve la marea a los labios,

como la altura hasta la nube,

la música al cuerpo, a la musa,

y la musa a los senos de ella.

.

Esta mujer es el lugar.

El cerco arremete y emplaza

erguido en columna arbórea.

Ya sé que la belleza existe,

pero, en fin, ¡para qué saberlo!

Despojada de teoría,

que el día empiece acariciándola.

Porque el sol se mira en la luna,

la luna tiembla en esos ojos

que van deslizando la noche

hasta avanzada la mañana.

.

Habrá que imaginar la luz.

Izar en su estocada oscura

las facultades más esquivas,

reprochar este oficio al sueño,

robar a la espiga su técnica,

anclar la espuma entre los pétalos

y desenfundar cada beso,

pues es verdad que ella no vuelve:

quien zarpó de nuevo fue el puerto,

que, de tantas cuentas pendientes

con la plástica de la bruma,

vino a amasar el sol de noche

para conferir a la luna

el rojo día de su canto.