Las palabras que siguen ya estaban sin decirlas,
y ahora que el reloj ajusta ante un espejo
los últimos retratos previstos por el cuerpo,
remontan sus pinceles la sucesión escrita
en cada manecilla que torna al hombre en vástago.
Voy del retoño al árbol olvidando el vocablo.
Con ayuda del aire y su emplumada escuela
arribo al balbuceo donde exhalan las nubes
su nacionalidad vertida en nobles charcos.
Para encontrarte en ellos hoy yo te desheredo;
que sin pedir más voz a la que anuncia al sol,
el alba sea el albacea
de las jornadas que recogiste.
Te dejo cada beso, resultado de ti:
una ciudadanía requisada temprano,
el nombre de las flores que van acompañándonos
o, si así lo prefieres, las palabras que siguen.