Estoy absolutamente convencida
que la vida es invisible
Alejandra Pizarnik
Mis ojos colgaron del abismo
secreto y cadencioso
los arrecifes rasgaron el brazo de las olas
no habría respaldo para la soledad
más que en el murmullo de la brisa.
Al fondo se erigía mi reflejo en esa sombra frágil
que es luz cuando la vida le da de puntas
y el destino inoportuno le coloca en el sitio justo, a la hora justa, en el segundo justo.
Las lágrimas del Hereje hacen crestas en el mar.
¡Eres agua, Hereje!
Me grita la voz de aquel niño que a los diez años, se bañó, descarnándose la piel,
el que se acercó al león y le estiró su mano como si fuese una hormiga.
¡Siempre has creído ser tanto, Hereje!,
que jamás imaginaste desandar las avenidas sin llevar una cola de procesión.
¡Qué rostro moribundo posee un ser tan altanero!
¿Cómo llamar a la soledad?
Hereje, Hereje, Hereje.
Volteo a los lados y solo están los muros
que dividen el umbral, ¡mi umbral! Tan cerca de esa hojarasca de tallo raído
intrépido a la vertiginosa cosecha del tiempo
que te abandona y tomas
Como si fuese parte del mito
asido a los portales Art Novo, ante la reverente indulgencia de tus huellas.
¡En las huellas también hay luces que se asilan en tu ánima!
Eres un ser milenario que padece del grillete del fariseo
le sonríe a los negros en esas callejuelas del muelle que habitaste cuando ibas de sombrero y bastón
cuando te batiste a duelo por la criolla más linda y coqueta de toda La Habana
o conspiraste contra España y estuviste tras las rejas que jamás te encarcelaron.
Tu única cárcel es tu ego, pero también tu libertad
sin una la otra no podría sobrevivir.
Por eso es que te ves tan frágil
con la frente ardiendo
en esta ciudad que hoy por fin tiene destino, imagen y nombre.
Hereje, Hereje, Hereje…
Aunque no haya procesión tras de ti
tus muertos saben que los vivos respetan el silencio
aun si la noche se transforma en un silbido distante
que te llena de humo los oídos,
y rasga el cuerpo con esa sangre que jamás fue bendecida.
Cómo puedes pensar que existe un sitio singular entre tanta luz
para el hijo de las tinieblas.
Eres acreedor del mal, mi Hereje, de lo inmundo.
Lo puro que hay en ti es aquello que aún no nace
te amas tanto que eres incapaz de llorar por un semejante.
Tanto desprecio sientes de la multitud
que te obligas al visible acto de la muerte
y el amor, mi hereje, el verdadero amor no lo hayas en el cuerpo, ni en la desnudez,
ni en el éxtasis,
sino en la posesión y el dolor,
tras un silencio que hace de la vida ese invisible milagro de la nada
ahora tan seductor de todo bajo las olas
en la inmensidad del mar
en ese abismo que nadie comprende
allá habitas junto a las criaturas
que han sido exiliadas por el hombre dogmático
e infértil al que le pasas de lado, te ignora, le ignoras,
nos ignoramos.
¡Ah!, tal ignorancia debería ser el mayor de los pecados.
Aun así debes ir,
ven tras de mí,
ven mi hereje,
estoy en el fondo, muy en el fondo.
Y tú,
¡Eres agua, hereje, agua, agua!,
que del abismo secreto y cadencioso
tus ojos,
¡Hereje!,
tus malditos ojos
solo cuelgan
y respiran,
apenas, hereje, solo apenas…