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Revista de Poesía y Arte ISSN 2735-7627, Año 5. Nº11, junio 2025

Habana

La Habana tiene una sangre diversa
se pinta de negro y blanco
como una diosa de mares en remota selva
su nostalgia me abraza las pestañas
y sala los recuerdos
con tal encanto que parece una mujer desnuda
en una estación por la que no pasan ni los raíles de la línea
por eso te permite siempre esperarla.
No hay mayor dicha, nada atrae más al Hereje, con semejante saña
que la incertidumbre
como si me hubiese perpetuado en ese mundo de hidalguías y miserias
en ese estrecho marco de aires nobles
que se desliza en los balcones de Reina.
A la sombra de sus portales anduve fotografiando sus casas llenas de historia
su soledad hinchada de resuello y herejías coloniales
en esos ritos fui a dar allá, cerca de los muelles
unos negros me dieron a beber agua de coco
y evocaron sus cantos ancestrales
como si ofreciesen un culto nupcial al señorito blanco.
Al de ojos más rojizos le puse la mano en el hombro
y le dije: también los blancos bailamos guaguancó.
Luego anduve en la casa del apóstol
el grillete en su tobillo que llevaba en las canteras
me parecía innoble aun dentro de aquella urna.
¡Demasiado conmovedor para fotografiarlo!
Tomé en línea recta, cada paso me incitaría al mar tras esas callejuelas
que rizaba el viento como abanicos en las tertulias de Domingo del Monte
pude sentir los carruajes silbarme al oído
y la muralla cerrarse tras los toques de queda
los antros donde llegaban los marinos
y el hereje buscaba la criolla más coqueta y pendenciera de toda La Habana.
Pude hacer el viaje de retorno a mi tiempo
y lijar con mi bastón el mármol del Prado
mientras discutía de teatro y política con mis colegas dramaturgos
como si estuviésemos en las Ramblas de Barcelona
hasta me detuve y miré del otro lado a ese
que desde los muros del Morro una tarde de domingo
contempló las luces de la Habana con ínfulas de emperador
Tenía veinte cuatro años
y un montón de sueños por abrigar
que se han ido consumiendo entre tantas tinieblas.
Hoy lo miro desde lejos
y percibo que su efigie vive, cerca, aún muy cerca
desde esa distancia tan sentida
que unifica el tiempo
la espera
y tan heréticos pesares
ahora dignos de la inclemencia, el desasosiego y diversos rostros
que ni mienten
o se visten como sangre diversa.
¡No! La Habana no miente
se pinta de negro y blanco
en mi cuerpo su cicatriz se erige
como una diosa de mares en remota selva
su nostalgia me abraza las pestañas
y sala los recuerdos
porque también,
La Habana
también lleva mi nombre.