Un jilguero me dijo: no soy un ruiseñor.
Yo no canto en los cuentos de Oscar Wilde.
Fui badajo del monte que gorjeaba en tu árbol
y pacía en la crin de los centauros pamperos
que montaste en el sur.
.
¿Cómo supo
la tierra pedregosa
donarte la justa oscuridad
para la duda?
.
¿Cómo supo la fuente
que debía prestarte las vocales del agua
para nombrar la luz?
.
Todavía abanico
las hojitas del sauce con mis plumas
y lo escolto en su llanto por el río
para calmar tu sed.
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No soy un ruiseñor
–pero recuerda–
que en las aves que elogies por el mundo
me escucharás a mí.