Dedicada a las muertes del poeta ocurridas durante el poema
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Ante los estragos que deja el alumbramiento, cada escritor se provee de recetas. Cada uno intuye cómo resucitar. Al instante que el verso nace y se acomoda, algo empieza a suceder en la piel del poeta. Sucede un silencio enorme. Enorme sería la muerte si la piel se quedara para siempre mustia, callada. Se viven silencios intermitentes. ¿Quién no los padece en medio del poema?
Hago mi propia receta, grito mi muerte debajo de las letras, grito hasta llenarme de ruido, fijo la mirada a donde palpita el verso, me lo desprendo y todo queda consumado de golpe.
El poeta da a luz ayudado por un centímetro de su propia muerte.
¿Quién no se abre a la muerte en medio del poema?
Las recetas caducan, cada vez que uno escribe tiene que inventarse una nueva. Algunos piensan que al nacer el verso, el escritor queda aliviado. Al contrario, a partir del alumbramiento, se desencadena una especie de vacío, de nostalgia.
El poeta siempre se mantiene embarazado de versos.
¿Qué poeta no se lanza al abismo en medio de su escritura?
Un día al terminar un poema sentí que moría toda. En ese momento canté una receta:
Si pudiera fabricarme la receta perfecta
la perfecta fórmula para estar contigo
contigo viviría hasta quedarme sorda
sin dientes y sin gritos
grito hasta gritar tu muerte debajo de las piedras
debajo de las muertes
muertes rondando el incierto destino de mis horas
horas desabrigadas de tu calor sin tregua
si pudiera fabricarme mi propia receta
receta exacta para conmigo tenerte
tenerte como suave lluvia
como sed arriba de la mesa
mesa para dos pondría
pondría tu cuerpo al lado del mío
mío sería tu bello desgaste
y tu inesperada muerte
muerte daré a mis ojos
si no logro la receta que te resucite todo.
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Por supuesto que muchas cosas ya no resucitaron pero he logrado
continuar escribiendo.
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¿Quién no se retuerce en medio de un atinado verso?