“Incluso cuando creemos haber desalojado a Dios de nuestra alma, continúa vegetando en ella. Pero sentimos que allí se aburre: no tenemos la fe suficiente para divertirle.”
Ciorán
Es un intervalo sin dios ni fe.
Un intervalo donde hurgan los que somos custodios de nuestra propia
barbarie.
Voy montada en el poema y desde aquí olfateo una lengua:
la de mi huella, la de mi hocico de loba
y aun cuando no importe llegar a ninguna parte
corro tras esta empedrada violencia de subidas y bajadas.
No pretendo apaciguar la carrera
estoy siendo una sola carne.
Y porque me gusta abrirme
me abro hasta quedar abierta y sólo voy dejando que me domestique
el salvaje sol.
Quiero con mi poesía ultrajar la belleza de estos cerros.
Ojalá que mi ojo alcance el esférico abismo de los primeros gestos
y las primeras lenguas que se hablaron aquí.
Voy con el olfato y el aullido.
Voy oliendo mi sudor.
Me huelo en la carroña de los tiempos
y a pedazos se me caen las manos y los artificios que fabriqué para
amordazarme.
Hoy ya no doy más.
Me duele el ombligo y los huesos.
Me destierro de esta isla de carne.
No puedo permitir que la encarcelada civilización de donde vengo
registre mi corazón.
Este corazón no necesita registro, ni número, ni actas.
No quiero dejarme extirpar más aullidos, ni que me roben más humedad.
No quiero que se seque mi alegría más alegre.
¿A quién le importa mi humedad?
Invoco vaciarme de tanto vómito estancado.
Hago de la pluma un bisturí.
Sangro.
No quiero omisiones.