A Golondrio, volando altibajo
EL FUNERAL DEL CAUDILLO F.F
sí fue un responso con todas las de la Ley
y de los santos castrenses, civiles y nobiliarios.
Ahí sí que no se movió ni una mosca,
aunque ni los más cristianos obispos españoles
pudieron evitar el barullo de los cráneos
revolverse y revolotear,
bajo el Valle de los Caídos.
No éramos muchos los convidados,
de modo que nos trataron como a reyes.
Y era que no, si aparte
de mi Augusto General
estaba el príncipe de Mónaco
y el rey de Jordania,
con sus extrañas y suntuosas comitivas.
Desde la ventana cubierta del auto,
camino al Palacio de Oriente,
no vi alma alguna circular por las calles,
¡siendo que no había toque de queda!
Rara España, de comercios cerrados.
Pero lo prometido conmigo siempre es deuda:
Desde el avión había dispuesto
que abriesen para mí,
algunas cuadras
de las mejores ropas,
de las mejores marcas,
de las más caras y finas
que en Madrid hubiera.
Así hicieron obedientes.
Ni favor que les hacía,
si conmigo ganaron millones y millones
de los que mi pequeño Daniel López
guardaba sigilosamente en el Riggs;
mientras mi marido y el Mamo
se juntaban con un tal ALFA no sé cuánto
porque según supe luego,
había moscas revoloteando demasiado cerca,
y los aires del viejo mundo llamaban
a una cacería de cuño.
Ya cuando nos íbamos de vuelta
al Chile acostumbrado,
sobrevolando el Atlántico,
a bordo de nuestro LAN presidencial
y ya tomándonos un franco fuerte,
por el mismo que brindamos
al menos en dos ocasiones aquella vez,
vi sus ojos brillar al borde de la lágrima que nunca pegó,
por la disciplina castrense y la cacha de la espada;
soñando con un Valle de los Caídos similar para sí,
ojalá en Colchagua o ya de lleno flotando en el mar,
¿y por qué no en La Esmeralda misma?,
se preguntaba en voz alta,
jurándose para dentro el
Augusto Franco Caudillísimo
Jefe Supremo y General
de los valles y huasos de Chile.
Se le habían subido los humos a la cabeza a mi leoncillo.
Porque,
aunque luego estaban
los fieles séquitos acompañándonos,
junto a toda la familia militar,
ni funeral de Estado
le dieron en cambio
al pobre Augusto
cuando estiró la pata.
¿Cómo se siente ahora,
dime tú
el pago de Chile?