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Revista de Poesía y Arte ISSN 2735-7627, Invierno, Año 4. Nº10, julio 2023

Remembranzas de Lucía una noche de insomnio

A Golondrio, volando altibajo

EL FUNERAL DEL CAUDILLO F.F

sí fue un responso con todas las de la Ley

y de los santos castrenses, civiles y nobiliarios.

Ahí sí que no se movió ni una mosca,

aunque ni los más cristianos obispos españoles

pudieron evitar el barullo de los cráneos

revolverse y revolotear,

bajo el Valle de los Caídos. 

No éramos muchos los convidados,

de modo que nos trataron como a reyes.

Y era que no, si aparte

de mi Augusto General

estaba el príncipe de Mónaco

y el rey de Jordania,

con sus extrañas y suntuosas comitivas.

Desde la ventana cubierta del auto,

camino al Palacio de Oriente,

no vi alma alguna circular por las calles,

¡siendo que no había toque de queda!

Rara España, de comercios cerrados.

Pero lo prometido conmigo siempre es deuda:

Desde el avión había dispuesto

que abriesen para mí,  

algunas cuadras

de las mejores ropas,

de las mejores marcas,

                        de las más caras y finas 

                                   que en Madrid hubiera.

Así hicieron obedientes.

Ni favor que les hacía,

si conmigo ganaron millones y millones

de los que mi pequeño Daniel López

guardaba sigilosamente en el Riggs;

mientras mi marido y el Mamo

se juntaban con un tal ALFA no sé cuánto

porque según supe luego,

había moscas revoloteando demasiado cerca,

y los aires del viejo mundo llamaban

a una cacería de cuño.

Ya cuando nos íbamos de vuelta

al Chile acostumbrado,

sobrevolando el Atlántico,

a bordo de nuestro LAN presidencial

y ya tomándonos un franco fuerte,

por el mismo que brindamos

al menos en dos ocasiones aquella vez,

vi sus ojos brillar al borde de la lágrima que nunca pegó,

por la disciplina castrense y la cacha de la espada;

            soñando con un Valle de los Caídos similar para sí,

            ojalá en Colchagua o ya de lleno flotando en el mar,

¿y por qué no en La Esmeralda misma?,

se preguntaba en voz alta, 

            jurándose para dentro el

Augusto                      Franco                        Caudillísimo

Jefe Supremo                 y                              General                                    

de los valles                     y                             huasos de Chile.

  Se le habían subido los humos a la cabeza a mi leoncillo.                             

Porque,

aunque luego estaban

los fieles séquitos acompañándonos,

junto a toda la familia militar,

ni funeral de Estado 

le dieron en cambio

                        al pobre Augusto

                                   cuando estiró la pata.

¿Cómo se siente ahora,

dime tú

el pago de Chile?