Me puse a pensar en lo que falta
para llegar a ese oasis donde hay agua,
para llegar a esos brazos que te esperan,
a ese paisaje que nunca nadie ha visto.
Recordé aquella tarde donde la nada
paseaba con su traje de novia
y yo miraba una sandía resignada.
Comencé a caminar hacia un árbol
y me subí a las ramas más altas;
una de ellas se quebró, pero yo no caí.
Las nubes se reunieron y me salvaron.
Decidí aquella vez que estar solo
es sólo un detalle imprescindible.
Desde entonces escribo, me gusta escribir
y casi siempre con un lápiz sobre un papel.