Cuatro epifanías políticas

Sobre el autor:

Juan Carreño

Juan Carreño (Rancagua, Chile, 1986) ha publicado los libros "Compro Fierro", "Budnik", "Paramar" y "Neozona", entre otros.

1.

Y es que yo armé una rifa para juntar plata y así costear los funerales de Tomacito en el sur y dije que los premios serían un tatuaje, una suculenta, una lectura de tarot por zoom, set de mascarillas recicladas, una clase de tejido a crochet, una bolsita con gusanos para el compost, papelería feminista, el libro de poemas de un vecino (poner el nombre del vecino), un caset de Los Jaivas y pueden ser más plantas si es que alguien quiere ganarse una plantita.

Y salí a la feria colgándome una gran imagen de Tomacito al pecho y me puse, con mi rostro saturado de lágrimas, a vender la rifa. Las vecinas me trataron de santo y lloraban y encendían velas a mis pies. Logré recolectar 350 lucas. Y fue con este dinero que me tenté, así que desaparecí y me gasté toda la plata con una escort que me acompañó dos días por las playas más alucinantes del Pacífico sur.

2.

Desde que hice pública mi participación como ludópata en una pelea clandestina de monitos de monte, que no he dejado de recibir presiones para desbaratar a esta organización delictual que está acabando con esta especie delicada y por naturaleza alejada de la violencia. Los muros exteriores de mi casa han sido mancillados por consignas animalistas (lugares comunes del panfleto) exigiendo mi verdad. Y esta es mi verdad sobre la pelea clandestina de monitos de monte. Mi amigo y abogado Jump Force me ha pedido que para este relato y para no entorpecer la investigación legal que se está llevando a cabo, obvie nombres de pueblos y ciudades, como también los nombres de los protagonistas de esta historia. Toda coincidencia es ajena a mi voluntad. Pero el nombre de esta tragedia es Bulma. Conocí a Bulma en un pueblo del Wallmapu una noche fría y atrapado en pensamientos sobre la muerte, mirando la playa sin nombre. Ella me dijo: llora, y humedece con tus lágrimas mi vagina. Me enamoré, por lo mismo, ya no quería morir. Ella en ese tiempo organizaba carreras de guarenes con obstáculos, carreras que eran el divertimento y alegría de todo el pueblo, que, para ponerle un nombre, llamaremos Gabrielamistral. En Gabrielamistral la gente era feliz con las carreras de guarenes y los amantes practicaban con más fruición las geografías de la carne después y antes de cada carrera. Qué buenos tiempos aquellos en que los gordos guarenes se daban vueltas de carnero sobre la playa sin nombre. Bebíamos y comíamos, con cada coito que se ejecutaba en Gabrielamistral los bosques se llenaban de maqui y copihues, y nuestro amor se reflejaba en la naturaleza. Siempre el amor se refleja en la naturaleza. Y el odio también. El día que llegaron los pinos radiata lo hicieron con hombres que nosotros vimos crecer y ahora con cascos y chalecos reflectantes llegaban con plata y costumbres miserables. Quién los viera. Fueron ellos, que llegaron hasta Gabrielamistral talando bosque nativo, los que introdujeron las primeras peleas de monitos de monte. El monito de monte es un marsupial endémico del Wallmapu, come de todo y su caquita es un preciado abono para el bosque. Pero estos malditos conchasdesumadre de las forestales eso les importa un pico. Las primeras peleas de monitos de monte desbarataron por completo a nuestras carreras de guarenes. Bulma en ese tiempo se enamoró del maldito Celulosa Arauco, quien manejaba una máquina para talar y procesar pinos radiata, una especie de tractor con un brazo mecánico con sierra y una boca de acero que cepillaba los troncos. Esa máquina era un monstruo. Y este maldito Celulosa Arauco era el que mantenía el monopolio de las peleas de monitos de monte. Peleas a las que todo Gabrielamistral terminó apostando. El día que me quedé solo en la playa sin nombre con los guarenes corriendo para nadie, volví a fijarme en la muerte y a poner mis pensamientos en modo acantilado. Celulosa Arauco le compró un jeep a Bulma, yo la veía pasar rumbo a la caleta a comprar congrios. Ahora ese caldillo iba a ser para Celulosa Arauco. Ay, de mí. Me pasé una semana entera encerrado en la casa con tres docenas de damajuanas bebiendo el vino más amargo del pacífico sur, y sólo escuchaba los prisioneros y leía la rama dorada. No diré que lloré porque fue poco y tomé la decisión de entrenar mi propio monito de monte. Caminé tres días por entre los monocultivos hasta llegar al último bosque con maqui y copihues, señales inequívocas de la presencia de monitos de monte. Y logré atrapar uno. Los monitos de monte son sumamente pacíficos, pero si se les suministran dosis de moho que crece sobre la calavera de un hombre sin bautizar, se ponen cuáticos. Se vuelven unos homicidas. Sólo piensan en comerse la cabeza de su contrincante. Y en las peleas clandestinas es precisamente eso lo que pasa. Yo volví al pueblo y le dije a Bulma: Bulma, apostaré todo lo que tengo a este monito de monte, y si gano, el maldito Celulosa Arauco ya no te comprará más jeeps y tú serás la que me haga los caldillos de congrio. Ella me miró, escupió al piso, y dijo: pollo, esto no es de apuestas y peleas, ni siquiera trata de amor, mi iluso, tú encuentras belleza en la naturaleza? Por qué un bosque, por qué el mar, por qué una montaña deben de ser bellos? No te angustia la inercia de las olas acaso? La gente que encuentra belleza en la naturaleza confunde lo bello con lo dado, y lo dado, sin conciencia, ignora su símbolo. La naturaleza es cruel y yo estoy contra la naturaleza. Estoy contra la naturalización de la belleza. Acelerar la extinción de una especie es lo más bello que puedo hacer con mi huella de carbono, me dijo. Yo no le creí porque la conocí en la playa sin nombre y más ganas me dieron de echar a pelear mi monito. Llegué con una maleta hinchada de billetes. El puto Celulosa Arauco me miraba con su cara saturada de copetes caros y colesterol, de sus bigotes rancheros aún le colgaban restos de queso de la última pizza que se tragó. Me miraba soberbio y bufó al ver mi monito de monte. Yo le dije: Chirigüili (así le puse a mi luchadorcito), cómele la cabeza a ese mono culiao del Celulosa Arauco y tráeme de regreso a Bulma. Pagué 200, 100 lucas por el moho de calavera de hombre sin bautizar, moho que el Chirigüili se comió, agitó su cabeza, le sonaron sus huesos, y saltó a la lucha. Al primer aletazo el Chirigüili perdió un ojo. Todos los trabajadores forestales agitaban sus billetes y los veía jalar sobre sus celulares. También vi a universitarios burgueses que después de jalar hablaban en lenguaje inclusivo. Todos gritaban más que en final de copa américa. Los raund eran de dos minutos y uno podía volver a sacar su monito de la mesa donde peleaban dentro de una jaula de vale-todo. Los entrenadores les volvíamos a hacer comer moho a la fuerza para que volvieran a ponerse duros. El Chirigüili no aguantó el segundo round. El marsupial del maldito Celulosa Arauco tenía una llilet soldada a una de sus patas y faenó a mi monito frente a las carcajadas más crueles que he oído en la vida. Hice el ridículo y al Chirigüili le comieron la cabeza. Durante el momento que sostuve a mi monito sobre mis palmas y que esa poquita sangre en un hilo cayera al suelo, vi al Bulma besarse con Celulosa Arauco. Me dije: ya no tengo nada más que hacer en el Wallmapu. Y me vine a Chile. Y acá me enteré que lo que hacía era ilegal. Esta es mi historia. No queremos más peleas de monitos de monte en el Wallmapu. No más represión para los ludópatas que ejercemos el oficio sin crueldad. Libertad a todos los monitos luchadores. Malditos forestales: ¡CAERÁN!

  1.  

Era chico y 1998, me había grabado en un caset, desde la radio, a Acua, a los Bactris, a las Espais. Yo ponía el caset cuando mi papá andaba en la fábrica y me tocaba hacer el aseo en la casa. También tenía una perrita que se llamaba febrera. Todos los perros que he tenido sus nombres han sido por nombre de tiempos: el 94 llegó el año nuevo del 94 arrancando de los fuegos artificiales y se metió a la casa, debajo de mi cama, y no se fue hasta varios años nuevos después. El Finde no recuerdo cuando llegó, llegó chico y peludo y lindo, pero creció mucho y mi papá lo fue a dejar en camioneta al campo para que se perdiera y encontrara su destino. Y el año 98, cuando yo tenía 12, llegó la Febrera. Era café, chica, de pelo corto, quiltra. En esos tiempo a los perros no se les alimentaba todos los días, tenían que salir a la calle, solos, a rajar bolsas con basura. La febrera comía cualquier cosa: sobre todo tiras plásticas que alguna vez envolvieron cecinas ahora envueltas en migas de pan (esa gente que le saca las migas al pan) y, bueno, le encantaba comer envases plásticos de paté. Se los hacía chupete. Y yo me daba cuenta de esto por su caquita. En su caquita había restos plásticos que demostraban eso. Mi vida era normal hasta el martes 24 de febrero de 1998, o sea, ayer. Pasa que el lunes a mediodía llegó mi papá borracho a la casa. A esa hora él debía estar en la fábrica. Y yo sé que andaba curao, se cayó porque yo había encerado recién y me dijo Jorge cómo se te ocurre, y yo le dije qué cosa papá, no tener el aseo hecho po conchetumare, voh creí que trabajo pa tenerte aquí en la casa pa que puro hagai el aseo y la güeá y más encima escuchando música de maricones, me dijo él, así tal cual, y mi papá me dice eso y agarra la frutera y me comienza a mandar como proyectiles los duraznos, uno me dio en la nariz pero no me sangró y me dio tanta rabia eso sí, que agarré mi radio chica y me fui al patio de atrás y comenzó a sonar Watanabe de las Espais, a las que encontré unas desubicadas en ese momento, así que saqué el caset y lo estrellé contra el muro de ladrillos del patio, y fue con tanta rabia que las cintas salieron volando y la Febrera me miraba y yo le tiré un escupo. Al otro día mi papá no se podía levantar y yo tuve miedo, así que me hice unos panes y me fui al patio de adelante por si tengo que arrancar. Mientras estoy comiendo pan se me acerca la Febrera, a ella le gusta el pancito con paté, le hago cariño y está bastante hedionda la verdad. Me mueve su intento de cola cortada y me doy cuenta de que algo le asoma en el potito a la Febrera. La doy vuelta y veo que le asoma, desde ahí, una cinta de caset. Pobrecita, se comió la cinta del caset que rompí ayer. Yo la reté y le dije que cómo podía andar comiendo güeás, que no sea tonta. Me dio un poco de pena la verdad. Así que decidí ayudarla y comencé suavecito a tirarle la cinta para extirpársela. Y fue en eso, cuando mis dedos cogen la cinta, presionan y comienzan a ejercer una fuerza muy leve, casi imperceptible ojalá para la Febrera, es que comienzo a jalar y la cinta a correr cuando escucho, con un potente volumen, a las espais cantar: AIGÜANA. Yo pegué un salto del susto. Menos mal que nadie me vio. Y yo quedé cachúo porque el sonido salió desde la Febrera, quien me miró también un poco asustada. Yo le hice cariño para calmarla y volver a tirar la cinta. Había que averiguar. Les salieron tres AIGÜANA más. Sonaba mucho mejor que mi radio chica. Y ahí me salió la sonrisa de un demonio y agarré la Febrera y la llevé donde mi amigo Óscar quien siempre estaba en su casa jugando Súper Mario 3. Su mamá me hizo pasar a su pieza que olía a yogurt vencido y le dije Óscar, pone pausa, cacha lo que hace la Febrera: tiré la cinta y las Espais volvieron a cantar. El Óscar quedó en choc. ¡Qué le diste a esa perra! Creo que se comió la cinta de uno de mis casets y ahora cuando le jalo la cinta de su potito suenan las canciones que tenía grabadas. Y de cuándo te gustan las Espais, Jorge?, me pregunta el Óscar. Si las escucho para hacer el aseo no más. Y a quién más se lo has mostrado? A nadie más, lo acabo de descubrir. Hay que mostrarle esto a los cabros de la cancha. Yo no me junto con los cabros de la cancha. Dale, si no te van a volver a pegar, además si les mostrai a la perra van a quedar locos. Por eso me dan miedo los culiaos. Jorge, si no vamos a la cancha a mostrarle a esos monstruos lo que descubriste, le digo a mi mamá que tu perra es capaz de cantar a las Espais. Prefiero eso antes que ir a la cancha. ¡Mamaaá!, gritó el Óscar, qué pasa hijo, el Jorge no me quiere pasar a su perrita, pero si es la perrita del Jorge pues hijo, ¡pero es que la quiero!, pero por qué, porque si le tiras la cinta de su potito puede cantar a las Espais Gerls, y en eso la señora me queda mirando y me dice que mejor me vaya, que el Óscar no ha estado muy bien y me pide disculpas porque su hijo ya está medio cagao de la cabeza de tanto Súper Mario y yo le digo no, señora, si es verdad lo que el Óscar dice, mire: y tiro nuevamente la cinta y la canción Watanabe de las Espais vuelve a sonar a todo chancho. ¡Pero qué clase de brujería es esto, Jorge!, no sé po señora, por eso se lo quería mostrar al Óscar, es súper raro lo que le está pasando a la perrita, a ver, tira nuevamente la cinta, me dice ella y lo hago y llega el óscar llorando que quiere quedarse con la Febrera y la señora le dice que no, que ella no tendrá cosas del demonio en su casa y que será mejor que nos estemos quietos, que ella irá a buscar al pastor que de seguro tendrá alguna respuesta, y la vieja sale y el Óscar me dice Jorge, si llegan los evangélicos te van a quitar a la perra, mejor que nos vayamos donde los cabros de la cancha, yo lo pensé un poco, pero como mi odio es más fuerte contra los evangélicos que contra los cabros, salimos de la casa con la Febrera en mis brazos rumbo a la cancha donde los niños siempre jugaban a toda hora al sol, intentamos llamar su atención, pero nos ignoraron, estaban demasiado concentrados en el juego y la verdad es que con el Óscar nunca hemos sido mucho de andar jugando a la pelota, decidimos esperar a que terminaran para mostrar nuestra gracia, pero en la esquina vimos venir a la mamá del óscar con el pastor Riqui, quien era una de las personas que yo más odiaba en el mundo y noté que nos vieron y se comenzaban a acercar a nosotros, yo no esperé más y tiré de la cinta con fuerza y la Febrera sonó más fuerte que nunca y los AIGÜANA detuvieron el partido y los chicos comenzaron a acercarse a medida que yo tiraba de la cinta, el Óscar les explicó que mi perrita tenía este poder pero que el pastor nos la quería quitar, así que los niños ante eso, porque todos los niños de mi población odiaban al pastor Riqui, agarraron piedras y se las comenzaron a lanzar al pastor y a la mamá del Óscar a quien seguramente le vendría una pichuliá de este tamaño cuando llegara a su casa, así expulsamos a los adultos y los niños me pidieron que hiciera sonar nuevamente a la perra hasta que gastamos toda la canción Watanabe de las Espais, canción que los niños bailaron a todo ritmo en la cancha…

4.

Soy un chicharrón, me digo. Me acabo de hacer una macaquita. Estoy pegoteao, tirao en la cama, al sol, pilucho. Es el punto muerto de la tarde. Trato de güata dormir. Tengo los cachetes mojaos. Pienso: me echaron de la pega, el calor es eterno y la piscina está tan sucia que me tiene las sábanas pasadas a agua estancada. Mi refri tiene puro hielo. Menos mal que hay hielo. El sol, que entra por la única ventana de la casa, me pega de lleno en la espalda, los cachetes y las piernas. Sudo despacio. La población a esta hora está en modo lofi. Teles prendidas en los 80´s, cripi  y la espera a que sean las 6 para ir a comprar el pan. Intento dormir. Antes de hacerlo ya estoy baboseando. Hay un momento en que no se está ni dormido ni despierto, el entre Tongoy y Los Vilos del aquí y el adentro de la cabeza, las escaleras mecánicas del sueño entre la superficie y el túnel del metro. Y ahí, el pegajoso cesante, a la vera de que el tiempo corra y me trague en el sueño caluriento, deshidratado. Y estoy así, de güata en la cama, viendo tras vapores a mi esposa Karina trabajar en un Burger King de La Dehesa, cuando ya estoy a punto de caer al pozo para ceder a esas ciudades que entro cuando me duermo, que siento, cerca de mi cachete izquierdo, el alunizaje de una mosca. Para espantarla, muevo mis cachetes. Se va. A los segundos (que en este estado de sopor puede parecer mucho más tiempo) vuelve la misma mosca a posarse en mi cachete derecho. Esto ya me devolvió más a la superficie. Apreté con más ahínco mis cachetes y hasta le lancé un manotazo de revés para intentar, a ciegas, darle algún golpe a la maldita. Se va. Quiero dormir. Es una mosca gruesa. Sin verla se le escucha. Pienso. Mi esposa Karina en cualquier momento llega a casa desde el trabajo y ojalá comiencen luego los saqueos para asegurarme con mercadería. Suspiro, me apiado, vuelvo al fondo pegote, fangoso, de piel como esticfics, llego a las puertas del descanso y del olvido. Y la mosca ctm se me para en el hoyo. Aprieto mis cachetes como planta carnívora y la atrapo. Vibra la mosca atrapada entre mis nalgas. Ah, invertebrado y la ctm, ¡te atrapé! ¡ja! Dime quién manda ahora, a ver, mosca wna, erí una aprovechá, vení a puro quitarle la siesta a la gente pobre, mosca ql inconsciente, le estai puro haciendo el juego a la derecha, te apuesto que a voh te mandó el intendente Guevara, voh soy un invento ql del viejo ctm que vende gas en esta población y que se hace el testigo de jehová para sembrar el odio y la discordia en la pobla. Yo pensaba esto en mi sopor. La muerte de la mosca significaba mi nueva vida. Pero en eso mi esposa Karina abre la puerta de la casa. Me dice amor, de nuevo estai pilucho en la cama. Sí, mi güacha, y te tengo un regalo, siéntate junto a mí, le digo. Ella se sienta, nos miramos a los ojos, nos hacemos cariño en el pelo, el espacio que hay entre nuestros ojos es la historia de la humanidad. Te tengo un regalo, le digo. Ella sonríe, sus labios son brillantes y su ropa huele a Burger King. Mira, le digo, y con mis ojos le apunto a que me mire el poto. Esto es paro vos, bebé. Y suelto mis cachetes y desde ahí sale la mosca ql pasá a caca rumbo a cualquier parte a respirar.

-Ay, amor, cada día te superas más -me dice ella- esto me gustó más que me comieras el mojón la semana pasada.

-Todo arte es político, mi amor.

-Ya vendrán tiempos mejores.

-Te amo.

-Y yo a ti.

-Forever Young.

Marzo del 2021