a Fernando Salazar Torres
Dicen que bailan los muertos
cuando entre ellos llega un poeta,
finalmente palabras que hacen rima
con música, finalmente alguien
que se sabe perder con las peonías
en los gramos de maravilla de un colibrí.
Finalmente alguien que por casualidad
ve una fotografía antes de tomarla,
alguien que dice lo que sucede
con una frase escrita en el viento,
alguien que trae pedazos de vida
suspendidos en los ojos.
Dicen que bailan los muertos
cuando entre ellos llega un poeta,
finalmente alguien que llega para regalar
el momento en que los cerezos
murmuran notas milenarias a la luna,
finalmente alguien que no murió
en lo que a diario a otros acecha:
la ausencia de proyectos, de sueños,
la apatía, la vida seca…
finalmente alguien que no murió
de la verdadera muerte que mata.
Dicen que bailan los muertos
cuando entre ellos llega un poeta,
finalmente alguien que descubre
el destino y sabe
convertir el amor en algo
que se deja atrás,
algo que inventa mundos nuevos,
un adjetivo que crea paz
para que otros sepan que la muerte
no es lo que viene después de la vida.
Dicen que bailan los muertos
cuando entre ellos llega un poeta
para arrebatar de la muerte
la disonancia, el ritmo trastornado
que no encuentra vida
en lo que el poeta deja.