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Revista de Poesía y Arte ISSN 2735-7627, Invierno, Año 4. Nº10, julio 2023

De esos animales salvajes llamados orquídeas

Todo nace dulce y suave

en esta selva despierta

cuando respira.

Mientras,

te veo

convertirte en cauce, río,

quebrada lluvia.

Lluvia, lluvia, lluvia,

aguacero y cielo azul.

Tu dulzura transparente

se desliza y promete

ser cascada.

En el pasado futuro

es herida.

Es gozo

que rasga la piel vegetal:

manto dichoso que cubre

tu pulmón montaña;

que protege

el suave barro de tu cuerpo;

que se expone,

que se entrega

para ser moldeado en nuestras manos.

Barro que besan

mis labios, mi boca

como señal.

Sólo para no dañarte.

Sólo para no herirte.

Sólo para cuidarte.

Sólo para servirte.

Tierra honda y profunda que me vio nacer

entre las piedras;

mientras,

recuperamos

sobre sus lomos

la inocencia.

Ellas dejan mansas

su rodar de siglos

en un equilibrio perfecto;

se postran humildes

acariciando,

extrañamente dañando.

Por eso,

yo te cuido

-dulce calor 

de tu ser de tu cuerpo

donde navega todo destello,

toda pupila;

tu dulzura transparente que desliza.

Te cuido 

con el respeto de una mirada,

deseando la montaña libre

de habitar subterránea 

otra vez todas sus aguas.

Se unirán los ríos, todos los ríos

hasta volver a poblar el mar

de esos animales salvajes

llamados orquídeas.

¿Dónde está el corazón

de la montaña?

Bajo su manto verde

tupido

impenetrable

algo 

debe latir.

Cauces subterráneos habitarán

su fuero interior.

Otra vida debe vivir

bajo la vida

que perciben mis ojos.

Quizá las rutas subcutáneas

que anhela mi fantasía

sean macizos rocosos

insondables;

músculos   

en perpetua tensión.

Pero yo imagino ese corazón 

surcando

pasadizos imaginarios para llegar 

hasta la orquídea.

Hoy me pregunto

qué siente la planta 

cuando se convierte en flor.

Hay días generosos 

en que te doy yo misma mis flores;

te doy la sombra y la luz entre las ramas.

Mi leña para calentarte

ardería a tu lado gustosa.

Otros días como un imán

siento la tierra

como tu campo de fuerza.

Me alzo y me pliego.

Dentro de mí la luna 

rige el fluir de la savia.

Despierta el viento.

Mis flores gravitan 

como virutas de mi ser 

danzando con atisbos de fuego

a tu alrededor.

Hay días en que soy

la flor recién cortada,

dolorosa pero fresca,

incierta de acabar

olvidada y fuera de lugar.

O si no, 

dispuesta a la vista,

mientras se ahoga silenciosa 

en su vaso de agua.

Entonces me defiendo,

altiva y feroz

como una orquídea.

Por versos de poetas sé

que la orquídea

es de origen submarino:

diástole y sístole de un mismo espejo. 

Sus pétalos son plumas, 

sus colores 

silencio.

Como flor es desesperada,

por causa del leño

y del muro.

Por preguntas han buscado

sierpes o sílabas 

en su fuego adormecido. 

Ojos ávidos

escudriñaron

su carne voluptuosa.

Su nombre

en busca de una nueva luz 

navega

por calas olvidadas,

vivificando 

esclarecidas amapolas. 

Cuando la orquídea se abre, 

con fulgor de diamantes 

una diosa guerrera, 

enamorada y sola,

brilla con su propia luna.

. . .