Todo nace dulce y suave
en esta selva despierta
cuando respira.
Mientras,
te veo
convertirte en cauce, río,
quebrada lluvia.
Lluvia, lluvia, lluvia,
aguacero y cielo azul.
Tu dulzura transparente
se desliza y promete
ser cascada.
En el pasado futuro
es herida.
Es gozo
que rasga la piel vegetal:
manto dichoso que cubre
tu pulmón montaña;
que protege
el suave barro de tu cuerpo;
que se expone,
que se entrega
para ser moldeado en nuestras manos.
Barro que besan
mis labios, mi boca
como señal.
Sólo para no dañarte.
Sólo para no herirte.
Sólo para cuidarte.
Sólo para servirte.
Tierra honda y profunda que me vio nacer
entre las piedras;
mientras,
recuperamos
sobre sus lomos
la inocencia.
Ellas dejan mansas
su rodar de siglos
en un equilibrio perfecto;
se postran humildes
acariciando,
extrañamente dañando.
Por eso,
yo te cuido
-dulce calor
de tu ser de tu cuerpo
donde navega todo destello,
toda pupila;
tu dulzura transparente que desliza.
Te cuido
con el respeto de una mirada,
deseando la montaña libre
de habitar subterránea
otra vez todas sus aguas.
Se unirán los ríos, todos los ríos
hasta volver a poblar el mar
de esos animales salvajes
llamados orquídeas.
…
¿Dónde está el corazón
de la montaña?
Bajo su manto verde
tupido
impenetrable
algo
debe latir.
Cauces subterráneos habitarán
su fuero interior.
Otra vida debe vivir
bajo la vida
que perciben mis ojos.
Quizá las rutas subcutáneas
que anhela mi fantasía
sean macizos rocosos
insondables;
músculos
en perpetua tensión.
Pero yo imagino ese corazón
surcando
pasadizos imaginarios para llegar
hasta la orquídea.
…
Hoy me pregunto
qué siente la planta
cuando se convierte en flor.
Hay días generosos
en que te doy yo misma mis flores;
te doy la sombra y la luz entre las ramas.
Mi leña para calentarte
ardería a tu lado gustosa.
Otros días como un imán
siento la tierra
como tu campo de fuerza.
Me alzo y me pliego.
Dentro de mí la luna
rige el fluir de la savia.
Despierta el viento.
Mis flores gravitan
como virutas de mi ser
danzando con atisbos de fuego
a tu alrededor.
Hay días en que soy
la flor recién cortada,
dolorosa pero fresca,
incierta de acabar
olvidada y fuera de lugar.
O si no,
dispuesta a la vista,
mientras se ahoga silenciosa
en su vaso de agua.
Entonces me defiendo,
altiva y feroz
como una orquídea.
…
Por versos de poetas sé
que la orquídea
es de origen submarino:
diástole y sístole de un mismo espejo.
Sus pétalos son plumas,
sus colores
silencio.
Como flor es desesperada,
por causa del leño
y del muro.
Por preguntas han buscado
sierpes o sílabas
en su fuego adormecido.
Ojos ávidos
escudriñaron
su carne voluptuosa.
Su nombre
en busca de una nueva luz
navega
por calas olvidadas,
vivificando
esclarecidas amapolas.
Cuando la orquídea se abre,
con fulgor de diamantes
una diosa guerrera,
enamorada y sola,
brilla con su propia luna.
. . .