La Venus,
nuestra estatua
frente a la farmacia.
Ella fue la primera
desplomando sus pálidas nalgas
por Sierra Bella abajo,
precipitándose sin dejar huellas
sobre el candente triángulo
del viejo barrio Franklin.
Sus pezones siempre apuntando al oriente
se esfumaron una noche cualquiera,
desaparecieron junto a las bocas
de aquellos que alguna vez
los besaron.
Fue el presagio, la señal,
el maleficio de las retroexcavadoras,
aquel new look
de esta ciudad tercermundista,
un territorio esculpido de animitas,
Las últimas noches
los rigores del vino
sembraron los pastos de cuerpos,
Coreografías apestosas
hicieron humo los tres bares que sitiaban la plaza,
surgieron cráteres y el azufre
trepó a las copas de los árboles.
El cine América corrió la misma suerte,
frotándose sobre un polvo de ciénagas
que convirtió todo en silencio,
un puro y absoluto silencio.