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Revista de Poesía y Arte ISSN 2735-7627, Invierno, Año 4. Nº10, julio 2023

Gestos maquinales

Somos “un experimento”, las mujeres mutan. El ambiente se ha cargado, es poderoso, da miedo, y en primera persona es aún más aterrador. ¿Y si fuera la máquina desde el inicio?  No puede dejar de pensar en ello. Verla atenta a la llamada del desconocido. Cuando, la máquina colapsa y se funde a otra.  Sofía. Su ausencia se digita en el teclado. El lóbulo de la oreja encaja en el recuerdo de la primera conexión. El auricular del teléfono de plástico rojo se pega a la oreja cuando la escritura transita entre los descalces y sus pulsaciones se alteran. El sonido entra y la devuelve al mismo espacio que la aturde. La pantalla exuda vida. Sigilosamente, sus manos buscan el teclado.

Allí donde la vida no sucede o todo sucede sin suceder, las imágenes flotan. El personaje deambula sin materia. Es tu cabeza, Mercedes, dale un buen nombre para el conocimiento de lo nuevo y le sacas las anotaciones después, agrégale algo del espacio físico un poco de contexto, por último, le cambias de color. La cordura se interrumpe. Su personaje fracasa. La niña fracasa. La madre. Sofía. Todas ellas.

Sofía-virus.

Sofía-ciborg. 

Sofía-máquina.

Sofía-duerme. 

Sofía-sueña.

Sofía no sabe qué es real y qué no. Reducida a digitar claves, rastrea pedazos de historias que se almacenan en el disco duro. En sus recorridos se van descomponiendo las estructuras. Inexacta habita la extrañeza y se conecta en múltiples dimensiones mientras navega y se disemina, traspasa portales, comunicaciones telepáticas y gigantes translúcidos. 

Sofía circula sin dirección; hace sistema con las vocales y, a través de elementos dispersos, atenta a colarse por algún costado, intenta contra las palabras. Una fuerza la obliga al extravío. No están bien ingresados los datos. Contra las palabras se multiplica. Respalda nombres, combina siglas o las modifica, ejecuta operaciones complejas, se acopla al tiempo simultáneo y selecciona o traslada archivos indispensables a otras carpetas para producir nuevas combinaciones, aun cuando no tenga voluntad, puede verla rastrear imágenes y circula entre los residuos. Su número de conexiones supera todo cálculo. Su estilo es excluyente. 

Sofía interviene todo lo que toca para desarticular la mente de Mercedes. Anclada a los dispositivos intenta contra la falla y se sumerge en el ciberespacio a punto de poner en riesgo algunas de sus rutinas El virus no logra encajar con las superficies emocionales. Algo la obliga a explorar sentidos complejos que se imprimen traspasando la superficie del tejido que es la lengua. Ambas avanzan por las páginas con imprecisión. Mercedes es una pieza más de la amalgama. Su imagen es la fuga. 

El virus juega a iluminar pequeñas esferas dejando huellas esparcidas y que irradian en toda la casa. En la cadena productiva del texto la máquina se activa, sistematiza información, escanea, clasifica y reorganiza mediante motores de búsqueda que la mantienen adherida a ciertas conductas. A riesgo de desaparecer, Mercedes permanece conectada al tiempo simultáneo. Sofía-virus copia y pega, rastrea siguiendo un orden mecánico con que monta y desmonta los pedazos de historias del disco duro. Sigue patrones, repite secuencias y considera tantas escenas como combinaciones posibles mientras se desplaza por los documentos. A veces, se salta algunos pasos. En forma inesperada el virus modifica los archivos, circula por los textos y vuelve a cambiarlo todo. Una y otra vez, salvo algunos archivos que Mercedes no ha podido resolver, producto de su propio desorden y que incómodos flotan en el escritorio. 

Sofía se ha vuelto una adicta en rastrear contenidos y en forma sistemática almacena información en las carpetas mientras se sumerge en las imágenes que, bien o mal, ha podido construir. Manipula información disponible, recorre secuencias y produce pequeñas alteraciones según las probabilidades que ofrece el programa. Durante su conexión se abren simultáneamente todas las ventanas con sus múltiples montajes o secuencias. Destellos difusos de pequeñas marcas que la conectan a la mente. Los contenidos se multiplican por la red.

El virus se apropia de mis archivos. Recorre sus asfixias, sus miedos, las fobias, aprende a sintonizar la información con que Mercedes habita los espacios. Inorgánica se altera, desaparece entre los engranajes y divaga por los espacios residuales. 

El virus se apropia del escritorio de su computador. Plasmática, navega apoyada en la experiencia. 

Sofía se tensa. Se curva. Se tuerce a punto de desaparecer. 

El virus se apropia y desorganiza nuestro mundo y de los sueños mientras el hombre permanece justo ahí, mirándonos. Imagino muchos de esos cuerpos en hileras, abandonados a la idea de organismos y de células precipitándose por la sobrecarga. A punto de estallar contra las pantallas sus intentos anómalos por no desaparecer se multiplican.

El virus modifica algunas partes según Mercedes se las imagina o las inventa. Conectada se aferra a la idea de un gran mapa apocalíptico que se extiende hasta perderse en el tiempo. Las palabras chocan contra la superficie y se desarman frases completas. Hay días de cambiar solo nombres y guardarlos en otras carpetas. La máquina ejecuta movimientos sistemáticos, impredecibles. Siguiendo algunas rutinas pareciera que se concentra en acceder a escrituras más densas mientras avanza por los tejidos blandos. 

El virus es capaz de almacenar recuerdos, sabores, sonidos, historias, olores, personas o voces en una asombrosa biblioteca atestada de estanterías con imágenes encadenadas. En ellas abundan libros en formatos digitales, videoconferencias y fotografías además de audios. De pronto, y sin necesidad de hurgar en ningún estante, basta un click para verse jugando en el columpio de una plaza, oler el pasto húmedo y hasta sentir el maicillo bajo las zapatillas. Mercedes no ayuda, la amalgama la confunde. Las diferencias no existen en la confianza de los niños y niñas felices. Ser libres en la suavidad de las hojas, el olor de los viejos peluches, las muñecas o los soldaditos de plomo, que entre los recuerdos parecieran adquirir vida propia. ¡Mamá, mira! ¡Papá, ven! En el enjambre de niños y niñas libres que atraviesan las lenguas dominantes, no hay género, ni nacionalidad solo disposición a liberar sus goces y disfrutar los juegos, tal vez, desactivar los gritos. El placer de la curiosidad, las porfías y secretos, risas, hojas secas. 

Desencripta datos para verificar la fuerza que comprime y altera el cuerpo fragmentado antes de mutar a las múltiples zonas. Realidad ficción, indaga en capas más profundas, las mismas que irá poniendo unas sobre otras mientras todo va multiplicándose. El tiempo vuela. Reorganiza la estructura para revertir los saltos del programa, aun cuando los tiempos no siempre coinciden y la comunicación se interrumpa. 

El virus no para de moverse por la red. Va y viene por estas páginas como voces a punto de estallar en su cabeza. Alterada y descompuesta se dispersa entre los cables. Actualiza y compone escenas que la mantienen encadenada a los archivos. Desde la extensión del tejido su energía se desborda. Inagotable rastrea dispositivos, desmenuzando partes libres, vaporosas, herméticas, intrincadas. A través de mínimos intercambios ambas han aprendido a establecer conexiones fugaces. Sin perder de vista el virus y sus conductas.

Sofía-virus no es mente, es una parte de ella misma mediatizada por la máquina. Escupe palabras y se apropia de las carpetas y los archivos. Impacta los textos como si pudiera contrarrestar la presión de los aparatos. Sin territorio avanza. Se desplaza como un reptil. Altera el orden de las palabras, elimina frases o copia y pega residuos en otros archivos. Mercedes sabe que nada puede alcanzar el impacto de las palabras.Puede percibir el odio que circula por todos esos cuerpos que entre fluidos y materias actúan como recipientes sellados. A veces, una hebra es suficiente para continuar las tareas que la mantienen ocupada rearmando párrafos enteros, pero aquello se vuelve inmanejable. Los datos se acumulan. Las escenas se repiten en diversas combinaciones bajo su mirada de testigo. En el vértigo de los accesos, el personaje fracasa. No están bien ingresados los datos.  

¿Y Mercedes? Alucina entre los recuerdos.

Tres pisos, dos escaleras, doce peldaños. 

Temperatura del cuerpo 38º.