Vi caer a Martín Vargas
de un solo aletazo
en el Teatro Caupolicán
de Santiago de Chile.
El colombiano lo mando a dormir
Era hora de dormir.
Sus familiares nunca creyeron en el boxeo
y subieron todos a pegarle
al negro, al indio, al latinoamericano,
al compañero.
Ignorando que eran tercer mundo también,
todos contra el limpio ganador de la noche,
todos a pegarle en patota.
Mi vergüenza era infinita.
Pasaron los meses
y un nuevo combate se pactó.
El Caupolicán repleto de nuevo
gritaba pidiendo venganza
por ese cabezazo imaginario
que habría noqueado a Martín
en la primera pelea.
Todo el coliseo vio subir al colombiano
escondido en su bata de colores,
casi bailando y sin miedo.
La revancha duró 5 minutos.
Martin Vargas entró a la cripta
de los ganadores morales.
El coliseo se vino abajo
como una ruina que creció
en nuestros corazones.
Con un gancho estupendo del caleño
cayó Martín como todo Chile
en un viaje interminable
que aún no acaba.
Un viaje miserable para el pueblo de Chile.
Un viaje miserable para nuestro amor.
Le robaron todo a Martín,
dinero, dignidad, belleza…
pero le dejaron la botella llena.
Así son los empresarios chilenos.
Quedó sin un peso y alcohólico
como un minero del caliche
o del carbón.
Yo espero la revancha, Martín.
He estado entrenando,
algunos movimientos rápidos
y sueños concretos
me hacen ser
un aspirante serio al título.
Manos, manos duras,
Muy duras.
He golpeado los más duros raulíes
He destrozado un par de lumas
He roto acero a puñetazos
Estoy verdaderamente irascible
pero controlado.
Nos vemos en el ring Chile,
nos vemos cara a cara,
lo demás es ternura falsa.
Los atardeceres son incontrolables
en Plaza Dignidad.
El derrumbe no tiene belleza,
nunca la ha tenido
y nunca la tendrá.
Así cayó el campeón
Pero el grito no lo olvido.
El grito de los pobres
no lo olvido.
Pega, Martín, pega…