De niño escuché hablar
de Juan Manuel Fangio y su Ferrari
en la casa de mis abuelos.
Mi curiosidad aumentaba a medida
que un amigo de mi padre
le contaba que el lunes comenzaba
la carrera de autos turismo carretera
por todo el país…
Arica a Puerto Montt.
La expresión que más amaba era:
coooche a la vista
y con los amigos desde arriba de un árbol
veíamos un puntito aparecer
en la entrada de Temuco
en Pueblo Nuevo.
El puntito se acercaba a toda velocidad
y crecía y rugía
y pasaba a todo acelerador Bartolomé Ortiz
de quien yo pensaba que éramos parientes,
pero no éramos familiares.
Era el coche n° 1, el campeón.
Siempre lo perseguía un pelotón
pero nadie lo alcanzaba.
Era una liebre en medio del paisaje.
En el Gran Premio Nacional del Perú
la carrera más exigente de la época en sudamérica
Bartolomé Ortiz pasó la meta en Miraflores
con 56 minutos y 30 segundos de ventaja sobre Perry,
el segundo mejor clasificado.
400 mil personas lo vitorearon y el lloró,
abrazo a todo el mundo.
Su promedio de velocidad fue de 141.430 kms p/h.
Al descender del avión
en el Aeropuerto de Cerrillos
una multitud de 50 mil personas
lo llevó en hombros
hasta el Palacio de la Moneda.
El presidente hizo un brindis con él
y gritaron viva Chile.
El loco Bartolo
pasa a toda velocidad por la memoria
y mi niño interior lo quiere
y lo admira todavía.