De madrugada ya estaba bañado.
A las cuatro y media de la mañana había hecho tres acarreos -con dos más reuniría diez
pesos.
Para las cinco había completado veinte pesos. Apartó diez para comprarse una “cosa de
horno” y un “fresco”, y los otros los guardó para el regalo que le llevaría a su novia, que
ese día cumplía años.
A ella le encantaban los sorbetes de cinco pesos, de los que se hacen en balde de madera. Se
fue rápido a casa, se cambió de ropa y esperó a que fuera medio día para comprarlo y
llevárselo.
Habían acordado verse a las doce. Pero no se pudo aguantar y, cuando fueron las diez, ya
estaba comprando el sorbete doble. Entonces, se fue directo al tramo de su novia, en donde
vendía concentrados para gallinas.
Su sorpresa al llegar no fue ver el sorbete que se le había derretido en el vaso, sino al
carnicero dándole un beso en la boca mientras le regalaba una libra de carne de res.
Sintió que no sentía nada. Dio media vuelta y se fue a fiar una bolsa de “guarón” mientras
por su cabeza pasaban mil locuras. Ya muy bolo, se fue a robar seis yardas de mecate
grueso en la ferretería que había a la vuelta de la esquina y, sonriendo, fue haciendo en un
extremo su corbata.
(libro Jugando con fuego 2017)