No escribo para los letrados,
ellos tienen bastante de letras
y palabras respingadas.
Escribo para el ser simple,
el del oficio,
el que conoce la madrugada reflejada
en la ventana de la micro,
el que camina con la suela del zapato
resistiendo el agujero
sobre el pavimento ardiente de la ciudad.
Escribo al que vocifera su mercadería
en la feria, en la calle, en el metro.
Escribo a ese que,
sin pretensiones del intelecto elevado,
rasga la tierra para saciarse de ella
y que en esa aventura,
se encuentra, se reconoce
y se alza por sobre los andamios,
para que la mente, flor de primavera,
comulgue con el universo
y se estreche con el cosmos
en un abrazo profundo
que haga la alquimia
de lo simple a lo complejo,
de la propina exigua
al más pletórico de los salarios,
el conocimiento…